lunes, 21 de diciembre de 2015

Stars Wars, la lucha por el futuro

“La educación que le hace a uno necesitar un producto está incluida en el precio del producto. La escuela, es la agencia de publicidad que le hace a uno creer que necesita la sociedad tal como está”.                                                Ivan Illich (1972)


El “espejo social” que nos proyectan los medios de comunicación, propone como reflejo de la sociedad actual, un modelo de conducta a mitad camino entre la ficción y la realidad. Los héroes, salvan todas las barreras que les salen al paso mediante una combatividad extraordinaria, o bien escapan de ellas, mediante su capacidad para interpretarlas. Los primeros buscan el poder y los segundos tratan de no verse afectados por él. Bajo estas  “reglas del juego”, la batalla por el futuro se presenta incierta. Si caemos en el engaño que nos proponen de ese "espejo social”, sin antes cuestionarlo, seremos cómplices de una cultura calculada para convertirnos en los androides de Stars Wars o, si lo prefieren, en las masas anónimas de los soldados del Imperio que solo tienen su sentido de ser, y su minuto de gloria, en  las escenas de confrontación.

A tenor de lo que vemos cada día, en los programas que tanto tiempo ocupan en nuestro televisor, podemos hacernos una idea del conjunto de cualidades que podrían configurar el patrón de personalidad del triunfador del futuro. En el “Arte de la guerra”, un libro de culto utilizado en algunas prestigiosas escuelas de negocios, su autor, el estratega chino Sun Zu, nos dice: “Si deseas ganar debes hacerte primero invencible, y luego esperar el error de tu enemigo, ya que tus derrotas dependen de ti pero no así, tus victorias”. Magistral lección que, mal interpretada, ha llenado los gimnasios de clientes que buscan la perfección de su cuerpo, como valor diferencial. De guerrilleros agazapados que esperan el fallo del compañero en el ámbito laboral y, por supuesto, de sufridos ciudadanos, que cómo en el boxeo, encajan los golpes que les da a vida, con la esperanza de sobrevivir al combate, en busca de una próxima oportunidad.

Sin embargo, -¿Hay alguien que, a priori, quiera perder?- Bien entendida la lección que nos propone el autor del “Arte de la Guerra”, nos está hablado de la disciplina necesaria para fortalecer nuestra autodeterminación, de la humildad necesaria para reforzar nuestro autoconocimiento y de la capacidad de recuperarnos de nuestros errores con autoconfianza. Es decir, al aceptarnos cómo somos, podremos explotar nuestras virtudes, esquivando la frustración del momento y encontrando en nuestro  interior la fuerza que nos permita competir, sin la necesidad de considerar al otro “un enemigo”.


La educación debe ser, necesariamente, un proceso por el cual el conocimiento esté a disposición del ser humano para convertirlo en mejor persona, nunca para adaptarlo a las necesidades de la sociedad.  Es por eso que deben priorizarse los valores frente las habilidades. Naturaleza y cultura, hombre y sociedad, se interrelacionan y devienen responsables solidarios en la formación de la personalidad del futuro individuo. Luchar para doblegar las influencias negativas que pudieran pervertir la formación de la persona, es una tarea difícil pero necesaria. Renunciar a esa lucha, es negarnos el futuro.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Educación, juegos y Navidad

“Uno de los aspectos más complejos previos al pleno despliegue de la voluntad, es el acuerdo que debe lograrse entre el corazón y la razón”.                                  
 Luis Eduardo  Yepes

El día es cada vez más corto. Las calles están iluminadas y los comercios engalanados. No hay duda, es Navidad. Una multitud de gente, abarrota los interminables pasillos de los establecimientos en busca de la novedad, de lo diferente. Los comercios, en frenética competencia, tratan de superar a sus rivales. Es una guerra incruenta, en donde las empresas  cumplen los objetivos que han sido minuciosamente planeados y cuya finalidad última, es cerrar el año con beneficios. Como en cualquier guerra, la primera víctima es siempre la verdad. En este caso, la Navidad se ve despojada de su verdadera razón para convertirse en acicate y motivación de un consumo, no siempre racional. El corazón no puede ignorar el deseo de ser feliz. Es, el eterno dilema entre “Ser o tener”.

Como adultos, somos responsables de nuestras decisiones. También lo somos en lo que respecta a nuestros hijos, mientras estos sean menores de edad. Sin embargo, y con frecuencia, quedamos desarmados frente a las lágrimas y las súplicas de quienes tanto amamos, olvidándonos de nuestra condición de educadores y claudicamos frente a la petición del juguete del año. Algunos padres concienciados, tratan de no caer en la discriminación sexual de antaño. Otros, priorizan la cultura sobre el ocio. La tendencia actual nos dice que, las nuevas tecnologías han superado ese tipo de problemas. El ordenador personal abrió el camino y ahora, tanto la “tablet”, como el teléfono móvil, siguen sus pasos. Objetos asexuados, que no están sujetos a la crítica sexista, y por supuesto, facilitan el ocio, la información, el conocimiento y la interrelación. Son, además, herramientas cada vez más necesarias en la Sociedad Digital en la que nos movemos. Luego, ¡Fantástico! Si esto es así, ¿Dónde está el problema?

A mi entender, el problema reside en la temprana edad en la que algunos niños acceden a ese tipo de tecnología. La sociedad de la información ofrece oportunidades extraordinarias pero también un desafío ante el que tenemos que reaccionar si no queremos comprometer el propio proceso de aprendizaje durante la infancia.  La familia, es la mediadora entre el individuo y la sociedad. Ejerce su influencia  a través de los valores que inculca en sus componentes, hasta que éstos son capaces de tomar decisiones por sí mismos haciéndose responsables conscientes de ellas.  El acceso demasiado temprano a los nuevos medios de comunicación sin la debida preparación puede ser contraproducente e incluso peligroso. Una cosa es el uso de las nuevas herramientas en un entorno educativo y otra, muy diferente, el uso en el ámbito privado de esas mismas herramientas. Mientras en el primer caso, supone un avance progresivo en el discernimiento de la información que se recibe, en el segundo, al no haber tutela, se corre el riego de fomentar un conocimiento autodidacta que conlleve errores en la interpretación de la abundante información que nos inunda a diario. Para ello es preciso que, sin renunciar a las ventajas de los nuevos adelantos, razonemos sobre su conveniencia de manera responsable, para no tener que lamentarlo, en el corazón, más tarde.




domingo, 6 de diciembre de 2015

Personalidad o identidad digital

“El peligro del pasado fue que hizo esclavos a los hombres. El peligro del futuro es que los convierta en robots”.   Erich Fromm

Al ojear un periódico, llamó mi atención un anuncio laboral: “Se busca Director Comercial con personalidad, para hacerse cargo de las ventas de la empresa”. Siendo la cualidad requerida la personalidad, acudí al diccionario para comprobar la definición del término, por si ello pudiera añadir precisión a la demanda. Leo textualmente: “Personalidad. Diferencia individual que distingue a una persona de otra”. No pude por menos que reflexionar sobre a qué diferencia podía referirse el diccionario, y lo que es más importante, qué podía entender por personalidad la empresa anunciante.

A mi modo de ver, no es que los hombres tengan personalidad porque son diferentes, sino que son diferentes, porque tienen personalidad. Luego, no hay nadie sin personalidad y de ahí la dificultad para clasificarla. Los cuatro temperamentos hipocráticos, las funciones cognitivas de C.G.Jung, los nueve tipos del  Eneagrama o los dieciséis tipos de referencia de Myers-Briggs, suponen un claro intento de clasificar al ser humano según sea su personalidad. Sin delimitaciones claras, la personalidad, se sitúa en un terreno ambiguo entre lo biológico, lo psicológico y lo cultural. La mayoría de psicólogos están de acuerdo en que no se hereda. También lo están en que nos define y deviene una consecuencia de nuestra educación.

En lo que al mercado laboral respecta, la personalidad y el conocimiento, son cualidades evaluables para optar a un determinado puesto de trabajo. El conocimiento, tiene que ver con la capacidad para realizar la tarea demandada. En ese sentido, va creciendo exponencialmente el número de trabajos que son realizados por máquinas inteligentes y sistemas informáticos. Un amigo mío sostiene que en un futuro no muy lejano solo habrá dos tipos de trabajo. Uno para las personas que sean capaces de aportar conocimiento o valor a las máquinas y otro, el de la mayoría, que se limitará a interactuar con esas mismas máquinas a través de terminales. En un mercado laboral de estas características, ¿Qué tipo  de personalidad deberán poseer estás personas?

En mi opinión, a igual formación académica, la personalidad resultará un factor decisivo. Los poseedores de personalidades orientadas al liderazgo y la competitividad disfrutarán de las mejores oportunidades. Sin embargo, la inmensa mayoría deberán hacer frente a la frustración de no haber alcanzado sus expectativas, lo que sin duda influirá en su personalidad. En ambos casos, tanto la educación como los conocimientos habrán sido adquiridos a través de medios digitales y los valores familiares condicionados por la Sociedad de la Información. De aquí la importancia de insistir en la calidad de los contenidos, de su veracidad y de la necesidad de potenciar los valores humanos por encima de los intereses del mercado. Debemos rechazar todo intento de ser considerados meros objetos. Si no lo hacemos, corremos el riego de que, en el futuro, seamos considerados tan solo una extensión digital. Como ejemplo, el número del teléfono móvil. No solo nos identifica, sino que además nos define a través de los datos suministrados por él o almacenados en su interior. Si esto sucede, será la única diferencia a la que podrá referirse el Diccionario en su descripción de personalidad.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Mañana será otro día ...


”Valiente no es aquel que no tiene miedo, sino aquel que, aún teniéndolo, lucha porque cree que  hay cosas por las que merece la pena arriesgarse”.


Creo recordar, que existe una leyenda Gnóstica sobre la lucha primigenia entre el bien y el mal que podría servir para explicar nuestro devenir por la vida. La leí hace tiempo, en la contraportada de un libro que no he conseguido encontrar a pesar de buscarlo con insistencia, por lo que tendré que dar crédito a mi memoria. Dice más o menos así, “Cuando se enfrentaron las huestes del arcángel San Gabriel con los ejércitos de Lucifer, algunos ángeles indecisos permanecieron al margen. Terminado el combate, todos aquellos que no habían tomado partido, fueron obligados a permanecer en la Tierra hasta  que finalmente pudieran tomar una decisión”.

No sé qué pensaréis vosotros, pero en lo que a mí respecta, esta metáfora, además de una bellísima narración, me ofrece un argumento verosímil de la razón por la que deambulamos por esta vida, cargados de dudas y  contradicciones. Vendría a confirmar que, si bien disponemos de libre albedrío para decidir, la consecuencia inmediata es que, también venimos obligados a posicionarnos continuamente. En las cosas más banales, el miedo a equivocarnos,  nos impide decidir, tomar partido, cambiar aún sabiendo que lo único constante en la vida, es el cambio. Nada permanece igual con el paso del tiempo. Sin embargo, nos aferramos a lo conocido, a lo conseguido, como si con ello pudiéramos parar el giro de esa rueda que, en constante movimiento, nos remite una y otra vez, a una nueva bifurcación. Tal vez, con diferente planteamiento, pero con la misma obligación de tener que decidir, aquí y ahora, si queremos cambiar, avanzar. Salvador A. Carrión, autor de varios libros de éxito sobre PNL (Programación Neurolingüística), nos da la clave para entender nuestra posición. “Creer que se ha llegado, este es el problema”.

Hasta cierto punto, es lógico. Para estar hoy aquí, hemos tenido que recorrer un camino que no siempre ha sido fácil. El esfuerzo realizado, el sufrimiento vivido, nos ha hecho pasar por alto que, a cada paso que hemos tenido que dar, hemos generado nuevos recursos o bien,  los hemos perfeccionado. En la peor de las circunstancias, hemos conocido aquello que nunca hubiéramos debido hacer. Si este fuera el caso, el pasado no podemos modificarlo, pero podemos aprender de él. La mayoría de veces sin embargo, el miedo nos paraliza, nos bloquea y nos negamos, a priori, la posibilidad de intentarlo de nuevo. El esfuerzo y la incógnita que supone cualquier cambio, cualquier reto, nos asusta. 

Con tal de no  asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones, justificamos nuestras resistencias al cambio, convirtiendo el miedo en prudencia.  Nos damos mil y un argumentos para evitar lo inevitable. Es así como funciona nuestro ego. Retrasamos o ignoramos aquello que, en el fondo, sabemos con certeza que forma parte de nuestra evolución. En lo que a mí respecta, tras una semana de imperdonable retraso en escribir este post, me aplico todo lo anterior y lo resumo en el popular refrán…  “No dejes para mañana aquello que puedes hacer hoy”. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

Las llaves

“Aquello que hoy rechazamos por no querer enfrentarnos a ello, nos lo encontraremos más adelante en forma de destino”.                                             
  Carl Gustav Jung

Llevaban diez años sin verse y tenían mucho de qué hablar. Pedro, vivía al otro lado del país y habían vuelto a su ciudad natal para revisar unos documentos. Por su parte, Juan recordaba vagamente a Pedro y sabía de su afición por la cerveza, por lo que quedaron en un conocido bar de la ciudad para compartir sus vivencias. El tiempo pasó deprisa, y sin darse cuenta, se encontraron con la noche. Juan estaba casado, hombre serio y cabal, no quería llegar tarde a casa. No obstante, aún cayeron un par de cervezas más mientras ambos razonaban sobre la necesidad de ser sinceros, aún a costa de las consecuencias que, de ello, pudieran derivarse.

Los dos amigos, recorrieron las calles de la ciudad, pobremente iluminadas, tratando de llegar lo antes posible a casa de Juan. Con paso ligero aunque serpenteante por la cantidad ingerida de cerveza, cambiaron de acera. En el otro lado de la calle había más luz. Por el camino, escucharon el ruido de unas llaves al caer al suelo. Ambos se llevaron instintivamente las manos al bolsillo del pantalón y ambos aceleraron el paso para llegar antes a la acera iluminada. Una vez en ella, Juan, aprovechando el apoyo que le ofrecía un farol cercano, se agachó y comenzó a andar a cuatro patas. A Pedro, el más afectado por la bebida, aquello le pareció una excentricidad de su amigo. “Es tarde para ponerse… a jugar, ahora”, dijo balbuceando. No estoy jugando, le contestó Juan, estoy buscado mis llaves.  Pedro, aún más desconcertado, informó a su amigo que, de ser así, debería buscarlas en la otra acera. Juan, en un alarde de sinceridad, contesto, “Tienes razón… pero aquí hay más luz y necesito encontrarlas… no quisiera decirle a mi mujer que  las he olvidado en la oficina”.


A pesar de que ambos buscaron las llaves bajo la luz de aquel farol nunca las encontraron. Es más, al llegar a casa, la mujer de Juan supo inmediatamente que éste, mentía. Equivocarnos es siempre posible; lo patético, es tratar de disimularlo. Es necesario que nos responsabilicemos de nuestros actos. Negar los hechos o manipularlos, no nos beneficia. Equivocadamente, solemos convertir nuestros deseos en necesidades y nuestros pensamientos en emociones; El resultado que obtenemos es angustiarnos, cuando no podemos conseguirlos. Si, cuando nos mirarnos al espejo, no vemos “aquello que deberíamos ser”… inconscientemente, nos creamos estados de ansiedad, depresión o culpa que, en lo referente a nuestra conducta, se convierten en dependencia, inseguridad o indecisión. Lo mismo sucede cuando suponemos el “cómo deberían ser los otros” y por supuesto, “el cómo debería ser la vida” que nos aleja siempre de la solución.  Las cosas son como son y no como queremos que sean por eso, aceptar las cosas como son, es el primer paso para aceptarnos a nosotros mismos ya que, como dijo Epicteto, “No son las cosas las que nos perturban, sino la visión que tenemos de las mismas”.

lunes, 9 de noviembre de 2015

El Chaman, su función actual

“La palabra chamán es, de hecho, usada vagamente para casi cualquier doctor brujo salvaje que se pone frenético y tiene comunicación con los espíritus”.   
 E. Washburn Hopkins


La vida no deja de sorprenderme. Esta vez sucedió durante la celebración del “Día de los difuntos”. Fue ese mismo día cuando conocí a Jean Gabriel Foucaud, un chamán que, con ocasión de la construcción de un altar de muertos mexicanos en la asociación “La BiblioMusiCineteca”, vino a contribuir con su presencia a la conmemoración del acto.  Por lo insólito para mí del momento, me propuse entrevistarlo para saber algo más sobre ese mundo poco conocido. Un mundo conceptualmente mágico, que surgió de la complejidad de las religiones animistas y creó, en las organizaciones tribales, la figura del chamán. Un personaje capaz de moverse entre el mundo de lo oculto y de lo natural. Función que acostumbra a realizar en un estado alterado de conciencia y que le permite hablar con los espíritus para mediar entre ellos y los hombres. Un personaje que ejerce su labor en el ámbito reducido de algunas comunidades básicamente tradicionales. 

Jean Gabriel Foucaud, ejerce en la actualidad de chamán, pero anteriormente fue docente en el sur de Francia, psicólogo y desde hace ya bastante tiempo psicoterapeuta. Nada que ver con los estereotipos del curandero tercermundista a que nos tienen acostumbrados las películas de aventuras. Su vocación surgió en un viaje a Centroamérica, y aunque  ha tenido contactos con el chamanismo asiático, se especializó en la cultura Mexicana. Tras años de estudios antropológicos, tuvo conocimiento de los símbolos ancestrales que mostraban “el camino del nagual”, con los que diseñó un conjunto de cincuenta y dos cartas, que usa para realizar su función. En la entrevista quise saber las características que resumen su labor en lo religioso, lo social y lo personal. Sus respuestas fueron concluyentes y me ilustraron. Les recomiendo que vean y  escuchen con atención, lo que Jean Gabriel dice en la entrevista.


Por otro lado y a mi entender, es indudable que existe un cierto paralelismo entre “el camino del nagual” y “la vía del Tarot”. Los dos sistemas se basan en figuras cuyo simbolismo trasciende su aparente significado. Ambos tienen su origen en la tradición y ambos, aunque con figuras obviamente diferentes, sugieren ritos de paso o procesos iniciáticos. Alejandro Jodorowsky, reconocido maestro en la interpretación de las cartas del Tarot,  sería, a mi parecer, otra visión de la realidad neochamánica actual a través de lo que él denomina “Psicomagia”. En su libro “Metagenealogía”, escribe lo siguiente: “la psicomagia, propicia una situación individual de sanación en la que se alcanza, en la propia realidad de dicha situación, una suerte de “sueño despierto” consistente en cumplir de manera inofensiva una fijación irrealizable del inconsciente,  reparar una situación traumatizante o integrar informaciones y cualidades positivas que se pensaran imposibles”.  Así pues, el éxito terapéutico de ambos sistemas entraría en el ámbito de lo psicosomático, entendiendo como tal, el poder de la mente sobre la materia. Y, en lo referente a su uso como vehículo para la predicción, entiendo que queda estrictamente recluido al ámbito personal de quien las maneja y quien cree en ello. Existe un viejo proverbio que dice: “tanto si crees, como si no crees, será siempre lo que tú creas”.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un mundo llamado deseo

“Uno, con la edad, se libra del deseo de hacer las cosas como los demás y hace, tranquilamente y sin miedo, lo que le parece a él.”.

William Somerset Maugham         

Mucho antes de que Abraham Maslow definiera la autorrealización, como un proceso permanente de autodesarrollo que lleva al hombre a ver realizado todo su potencial, alguien mostró al mundo el camino con una frase más sencilla de recordar, aunque no más fácil de realizar. Píndaro, poeta griego nacido en el año 518 a.C. lo resumió en un imperativo “llega a ser el que eres”. Ambos, sin embargo, expresan un mismo deseo irrenunciable en el ser humano... alcanzar la felicidad. El hombre es feliz o está autorrealizado cuando es capaz de satisfacer sus propios deseos o necesidades. Por eso, se hace imprescindible concretar la naturaleza de esos deseos, para llegar a comprender cómo nos influyen en nuestra manera de actuar, en nuestra personalidad; ese rasgo característico único, distintivo y propio de cada individuo.

Tal vez, la dificultad en definir la personalidad resida en que está compuesta por múltiples factores. A pesar de ello, algunos psicólogos mantienen que su ordenamiento podría hacerse en tres grupos: el primero estaría constituido por todo aquello que desde el nacimiento afecta a la persona, como la genética; el segundo, las modificaciones que, como modelo del mundo, la familia deja en lo personal; tercero, las relaciones del individuo dentro de la sociedad en la que interactúa. A lo anterior, es justo añadir los esfuerzos que debemos hacer para superar los inconvenientes que surgen en el día a día. De ahí deriva la importancia de los deseos y la frustración que generan si éstos no se alcanzan. Cuando una expectativa no se cumple, aparece un sentimiento de impotencia que se debate entre la decepción y la tragedia, alimentando la agresividad veladamente.  El hombre o la mujer actual, poco importa quién, tiende a no aceptarse cuando se mira en el espejo de la vida. Nos sentimos frustrados por no ser más altos, más delgados, más inteligentes, en definitiva, por no ser… Sin embargo, la parte positiva de la frustración es, que nos permite tomar conciencia de nuestras limitaciones; de esa libertad que, sin ser absoluta, nos permite distinguir los límites entre lo posible y  aquello que, por no depender enteramente de nosotros, escapa a nuestra voluntad.


En su libro “Aforismos sobre el arte de vivir”, Schopenhauer, nos propone una existencia feliz sugiriéndonos un equilibrio entre: Lo que uno es, como reflejo de las cualidades que integran la personalidad; lo que uno tiene, es decir, sus bienes y propiedades, como muestra práctica de sus logros; por último, lo que uno representa, tomando como referencia la opinión de los demás.  Aún sin negar su objetividad, existen matices a considerar. En referencia a las dos últimas condiciones, la primera, es difícil de complacer puesto que siempre es posible desear más; la segunda, sitúa fuera de nuestro control la felicidad, cuando la sujetamos a la opinión ajena. Así pues, solo nos queda el perfeccionamiento continuo de lo que uno es. Más allá de todo deseo y la voluntad de satisfacerlo, la personalidad humana, no puede reducirse a una simple herramienta útil para alcanzar una meta. Excepto si ésta, nos conduce a aceptar lo que somos.

viernes, 30 de octubre de 2015

Lo simbólico y Oscar Wilde


“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”.
Calderón de la Barca           


¿Quién puede decir que, en algún momento de su dilatada carrera como psiquiatra, Sigmund Freud no tomó en cuenta las palabras de este Dramaturgo y poeta español - uno de los protagonistas del siglo de Oro de la literatura española, - como inspiración en la que apoyar su teoría del psicoanálisis? Ignoro si lo hizo pero, mientras el primero expresó con bellas palabras una interpretación del acto de vivir, el segundo, llegó a la conclusión de que: “Todo sueño, tiene un contenido manifiesto y otro latente”. En este sentido, Freud, nos da la clave para analizar la frase de Calderón y nos da a entender que, el uso de lo simbólico en el lenguaje, no es una prerrogativa exclusiva de poetas o pensadores. El más normal de los mortales, es decir cualquiera de nosotros, aún sin ser conscientes de ello, soñamos. Y es ahí, en el simbolismo de los sueños, donde reside la prueba evidente de que algunos contenidos pueden ser interpretados de manera diferente a como lo haríamos normalmente. Ese doble sentido, es una propiedad que reside en la relación del signo, como objeto o significado, y lo por él representado, es decir, lo que simboliza. Esto último también es inherente al símbolo como tal.

Para diferenciar lo manifiesto de lo latente, Carl G. Jung opone el signo al símbolo. El primero lo relaciona, sin más, con el objeto o su función, mientras que, al segundo, le otorga rango de universalidad y lo define como arquetipo. La morada de este último, es el inconsciente colectivo y por lo tanto nos concierne directamente a través de sus cualidades. Un ejemplo, es el concepto arquetípico de la madre y de cómo nos influyen los valores que, en ella, se ven representados. Las fábulas, los mitos, la hipnosis, la metáfora e incluso la locura, usan un lenguaje denso cargado de sentido y dirigido al hemisferio derecho de nuestro cerebro; esta parte, es la encargada de la  totalidad, la analogía y las sensaciones. El izquierdo, sin embargo, sigue la  lógica de las leyes del lenguaje, su estructura y su sintaxis. La importancia de esto estriba en que, el lenguaje figurado, sirve para dar luz a situaciones humanas de gran amplitud que, a su vez, recrean nuevas concepciones del mundo, mientras el izquierdo se encarga de los detalles. 


Una forma de ilustrar lo anterior es una frase de Oscar Wilde que dice,  “La única diferencia entre un santo y un pecador estriba en que todo santo tiene un pasado y todo pecador un futuro”.  Al margen del punto de vista hedonista del autor, el mensaje subliminal inscrito en la frase, sirve para llamar la atención sobre las miserias de la vida. Una vez más, como sucede cuando nos miramos al espejo, “el continente no es lo contenido”. Para cambiar, hay que saber qué debemos cambiar y en aquellas circunstancias en que las palabras nos limitan, solo el lenguaje figurado, lo simbólico, nos conducirá de lo inferior a lo superior.

domingo, 25 de octubre de 2015

Lo que Julio Verne no pudo imaginar

Está justificado que a la filosofía se llame ciencia de la verdad. Pues la meta de toda ciencia teórica es la verdad, y la de la ciencia práctica es la obra”.   Aristóteles

Reconozco que, mi espíritu de aventura, se formó con los libros de Enid Blyton que narraban aquellas fabulosas peripecias de cinco amigos, capaces de descubrir los enigmas más recalcitrantes. En cambio, mi actual forma de pensar, quedó marcada por la temprana lectura de autores como Julio Verne. Ambos escritores, tienen en común que alimentaron mi fantasía. Sin embargo, la diferencia estriba en que, mientras la primera situaba su narración en contextos cercanos, casi familiares, que más tarde yo podía usar como referencia en situaciones parecidas, Julio Verne, excitaba mi imaginación con inverosímiles escenas que, de niño, me parecían increíbles e irrealizables. Más tarde, no sin cierta fortuna, tuve ocasión de acceder a un submarino y también, de volar. Esto último, hasta hartarme, debido a mi profesión. Quizás por ello, pienso que la cotidianidad de lo actual, no es óbice para no constatar que siempre ha habido personajes capaces de adelantarse a su tiempo con una imaginación desbordante.

Ray Kurzweil, inventor además de escritor y experto en ciencias de la computación, anticipó con bastante precisión, hace ya veinticinco años en su libro "La era de las máquinas inteligentes, que, las personas, dispondrían de dispositivos electrónicos que les proporcionarían identidad automática, direcciones de navegación, además de comunicación móvil y diversos servicios. También, que  existirían gafas que permitirá a sus usuarios ver el entorno visual normal mientras recrean una imagen virtual que parecerá sostenerse en frente de ellos. En la actualidad, esos objetos ya existen y él está considerado como uno de los dieciocho pensadores más influyentes de Estados Unidos. Es consejero del ejército americano y desde 2012 director de ingeniería en Google.


Según una frase de William Blake, “Lo que ahora se considera realizado, antes fue imaginado”. En ese sentido y en lo que a mí respecta, estoy de acuerdo con este filósofo, pero tengo serias dudas sobre si todo lo anterior es fruto de un pensamiento lógico anticipado, o la consecuencia práctica y presumible  de los avances tecnológicos que algunos pocos tienen el privilegio de vislumbrar. Actualmente, la filosofía parece haber sido relegada a un segundo plano y se cuestiona su enseñanza en beneficio de lo puramente científico. Las realidades objetivables de los hechos, parecen tomar ventaja a las reflexiones filosóficas acerca de los conceptos fundamentales. No obstante, podemos considerar que, científicos como Einstein, Bohr u Oppenheimer son filósofos, de la misma manera como el filósofo Carl von Weizsäker es físico. Asimismo, podemos estar seguros que, dentro del ámbito del día a día, hay personas ocupadas en pensar a cerca de los hipotéticos escenarios de un futuro próximo, independientemente de que éste sea tecnológico, político o económico. Lo que ellos imaginan hoy, mañana será una realidad. 

Así pues, durante le entrevista que les ofrezco, quise preguntar a Rais Busom, filósofo y especialista en ciencias políticas, sobre el pensamiento actual y su futuro. Curiosamente, cuando le pregunté por sus preferencias, se definió a sí mismo como un “pensador digital”.


jueves, 22 de octubre de 2015

La libertad de elección

“Libertad no significa  decir lo que se  quiere, sino poder pensar libremente lo que se quiere decir”  

Tomamos decisiones porque nos sentimos libres, y nos sentimos libres, cuando podemos elegir. Es más, cuando no somos capaces de tomar una decisión nos quedamos parados, bloqueados y por lo tanto, podríamos significarlo como una falta de libertad. Por otro lado, cuando posponemos la decisión, la dejamos para mañana, o bien decidimos no hacer nada, lo paradójico es que aún no habiendo ejecutado la acción, tal vez nos sorprenda saber que sí hemos tomado una decisión. Decidir es ejercer la voluntad, es querer y eso es una muestra evidente de libertad. Podemos decidir que “no queremos eso”, pero no es posible “no querer” cuando se elige. Una segunda cuestión es que nos planteemos si al elegir, lo hacemos libremente.

Para ejercer la libertad de elección, en primer lugar, debemos tener múltiples opciones y éstas, deben estar a nuestro alcance. Es decir, no debemos tener limitadas las posibilidades de elección. El siguiente paso,  lo constituye el poder deliberar sobre esas mismas posibilidades bajo la tutela aconsejable de la prudencia. Respecto a esto último, no negaré que nuestra decisión puede verse comprometida por las creencias limitantes que hayamos adquirido a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, aún siendo así, el hecho de poder elegir sería a mi modo de entender, una muestra de libertad, de afirmación de la voluntad. Si por algún motivo no fuera dueño de mis decisiones, es evidente que deberé buscar al responsable de ellas.

A riesgo de parecer retórico, todo lo anterior era necesario decirlo para reforzar la idea de que, si bien la libertad absoluta no existe…  puesto que no elegimos ni el momento del nacimiento, ni el de nuestra muerte, gozamos de libertad suficiente para decidir nuestro futuro. De otro modo, no podríamos aceptar la versión de quien nos dice que nuestra vida nos pertenece y que, al tener libre albedrío, somos dueños de nuestro destino. También existe quien sostiene lo contrario, son aquellos que argumentan que la vida está determinada unívocamente por Dios o aquellos otros que, como Leibniz, considera que nuestras decisiones están determinadas por la obtención en cada momento de lo óptimo. Esto último, sería un condicionamiento psicológico, pero no afectaría a acto propio de la decisión; de ahí, la debida prudencia al elegir.


Tomamos continuamente decisiones y estas condicionan nuestra vida. Eso es importante para entender que, aquellas razones que nos ha traído hasta aquí, no tiene por qué  ser forzosamente las que nos sirvan para alcanzar el mañana. Podemos y debemos cambiar aquello que nos impide avanzar. La razón última es alcanzar la Felicidad y es por eso que debemos estar seguros que por difíciles que sean nuestras condiciones, siempre podremos cambiarlas. Aún en cuestiones tan nimias como el fumar, pero tan condicionantes para quien las sufre, deberíamos poder decir siempre aquello de… “No gracias”.  Si no podemos, tal vez debamos cuestionarnos si en ese caso somos, realmente libres.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Sin palabras

Lo más importante de la comunicación, es escuchar aquello que no se dice”.
Peter Drucker (1909-2005)

Sobran las palabras, pensó. Su mirada permanecía atenta a lo que estaba contemplando. Su amigo, también absorto, no acertaba a pronunciar palabra. En frente de ellos una visión que se repetía cada día, más o menos a la misma hora. Cogidos de la mano y extasiados por tanta belleza, asistían una vez más, al merecido reposo del astro rey. El Sol, con calculada languidez, cedía su protagonismo al concierto de estrellas emergentes que anunciaban la noche. Poco antes, mientras ella preparaba la cena y el ponía la mesa, tuvieron una encendida disputa. Una tormenta de verano que les pilló por sorpresa. Comenzó por un mal entendido y subió de tono hasta alcanzar la intensidad de una batalla. Luego, como sucede con  ese tipo de fenómenos, llegó la calma. Se miraron a los ojos y la tensión cedió. Bastó tan solo una mirada para que el silencio les recordara los argumentos que les unía. Sobran las palabras, pensó ella. Él, la cogió de la mano y ambos se sentaros en el porche.

Algunas veces, olvidamos que es imposible no comunicar, que el silencio es una forma de comunicación; que el gesto también es comunicación, incluso el tono empleado al hablar, es tan importante o más,  que el contenido. Las palabras, no siempre son acertadas y aún siendo las correctas, necesitan la confirmación del otro para llegar a la misma conclusión. La comunicación es acción en común, pero sobre todo es interrelación.  La comunicación tiene su clímax en la conducta.  Nos afecta a todos aún cuando no seamos conscientes de ello. Hoy más que nunca, la comunicación es global. Hay tantos terminales con acceso a Internet como personas. Estamos comunicándonos continuamente y paradójicamente, no somos capaces de ponernos de acuerdo en qué es lo que debemos comunicar.  El hombre es un animal social, que tiene su reflejo en los demás.

El lenguaje es la parte más visible del acto de comunicación. Por eso, al considerar el estudio de la comunicación humana, debemos tener en cuenta tres puntos de vista diferentes: la estructura o sintaxis, el significado o semántica y por último, la pragmática, es decir los efectos que producen su interpretación. El primero punto, se relaciona con la trasmisión de la información y resulta independiente del significado. El segundo, presupone que quien emite el mensaje y quien lo recibe, se han puesto de acuerdo o comparten de antemano su significado. El tercero, hace referencia a cómo influye la comunicación pragmáticamente en la relación entre el emisor y  el receptor. Esto último es lo que sugiere la interrelación. Es decir, Lo que el otro nos dice nos afecta y lo que decimos, influye en nuestro interlocutor. El cómo percibimos el mensaje y su significado, condiciona  nuestra conducta.


Autor de varios libros, “El pensamiento estratégico” y “La gestión del rumor”, el semiólogo Fabio Gallego nos ofrece durante el vídeo de la entrevista que le hice para el “Club del Espejo”, algunas de las claves que hacen fácil la comunicación con los demás.


miércoles, 7 de octubre de 2015

Cruce de caminos

“Si no sabes a dónde quieres ir, de poco te servirá tener un buen barco, desplegar las velas y mantenerte firme al timón…  no llegarás nunca”.  

En el libro “Qué dice usted después de decir Hola…” su autor, el psicólogo Eric Berne, expone la idea de que las personas siguen cursos de vida que tienen, de un modo más o menos estricto y definido, las opciones que las incluyen o las excluyen. Más tarde, Claude Steiner siguió desarrollando este concepto y, en función de lo experimentado con sus pacientes, determinó que, cuando se referían a sus vidas, existían tres tipos de pautas habituales. La primera, aquella cuya base estaba constituida por el “no amor”. La característica principal de esta pauta, reside en la desvalorización afectiva de la persona, la cual a su vez,  se considera a sí misma indigna de ser querida, o bien es incapaz de querer. A segunda, la de “no mente”, que  oscila entre el temor a volverse loco y la desagradable sensación de que no se es capaz de controlar aspectos de la propia vida. Por último, el “no gozo”, una forma de vida en la que las prohibiciones inciden en el conocimiento y disfrute del propio cuerpo. Existen otras pautas mucho menos dramáticas, que la mayoría de la gente sigue y que acostumbran estar programadas en gran medida por el sexo. No son excesivamente problemáticas pero, con el tiempo, quienes la siguen, caen en la tentación de soluciones radicales de huída o depresión.  Tanto Berne, como Steiner, coincidieron en llamar a este concepto “El guión de vida”.

Cada uno de nosotros llevamos una hoja de ruta, en la que anotamos las diferentes opciones y experiencias que hemos vivido hasta este momento. También  llevamos un mapa de intenciones, deseos y expectativas que nos servirá para alcanzar nuestro destino.  Sin embargo, no todos acertamos al leer el mapa y en consecuencia, nos extraviamos en el primer cruce de caminos que encontramos. Si esto sucede, como personas, experimentamos un vacío existencial y llegamos a perder de vista el propio sentido de la vida. Sin ningún propósito aparente y sin saber muy bien a donde querer ir, esperamos que alguien o algo decida por nosotros.  Frente a la adversidad del momento, nos conviene no olvidar que nos corresponde a nosotros cambiar nuestro guión de vida, darle sentido. Nietzsche dijo: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier como…”.


La  psicología, desde sus inicios, ha usado prolíficamente los mitos, las leyendas y los cuentos de hadas, es decir las historias contadas a los hombres en su infancia, para ayudar a sus pacientes a reflexionar sobre su vida de adultos. El paralelismo existente entre la personalidad del paciente y la identidad de algunos conocidos héroes, mitológicos o literarios, sirve de modelo para que éste,  pueda identificar su “Guión de vida”.  También nosotros podemos recurrir  a esas mismas fuentes como base documental para conocernos mejor. Los temas más populares son aquellos que tocan algunos de los temores más básicos de los seres humanos. El miedo, el amor o la libertad son algunos de los impulsos motivacionales al que recurren sus autores para dar sentido a sus historias. Esos mismos impulsos, cuando están ausentes, dan paso a  guiones verdaderamente dramáticos en algunas personas.

sábado, 3 de octubre de 2015

La Bibliomusicineterapia

“Toda batalla se basa en un engaño. Si tu enemigo es superior, evítale. Si tu enemigo está enfadado irrítale. Si estáis igualados, combate. Y si no, espera y recapacita”. De la película Wall Street.

Esta frase, es una de las joyas que podemos encontrar en el libro, atribuido al famoso estratega chino Sun Zu, “El arte de la guerra”. Su propuesta pretende definir una de las “reglas de oro” a tener en cuenta para poder sobrevivir en cualquier circunstancia. Su  valor añadido es que  puede ser aplicada tanto en los negocios como en la vida personal. En el caso de la película “Wall Street”, esta premisa es un fiel reflejo del grado de tensión que puede vivirse, cuando la confrontación es el principal o el único  medio, para alcanzar la meta fijada; especialmente, cuando el objetivo no depende de ti.

Algunas de las más famosas películas que hemos tenido ocasión de ver, basan su inspiración en los derechos adquiridos sobre un libro.  Literatura y cine son dos de los medios a través de los cuales podemos narrar una historia. Tanto en el libro como en la película, la estructura básica es similar: introducción, nudo y desenlace. Además, la película tiene el plus de incorporar música. La banda sonora, forma parte del argumento. Es más, en alguna de ellas, es su música lo que de verdad trasciende. Los sentimientos, se activan porque el texto o la película están especialmente construidos, para que sus personajes resuenen en ti. No es nada extraño, que al salir del cine o acabar de leer una novela, tengas a sensación de que, parte de tu vida, se ha visto reflejada en la historia. Es el momento de hacerla tuya… de darte cuenta que, si has reído en una escena, puedes recordarla más tarde cuando te sientas triste. Que, si su música te hizo sentir libre, puedes escucharla cuando te falta el coraje. Que, la lectura de este libro que aún tienes en tu regazo, ha servido para dar con la solución de aquel problema que tanto te preocupaba. En eso consiste la “Bibliomusicineterapia”.


He vuelto a mis orígenes. A recorrer las mismas calles que antaño me vieron crecer, a recordar sus olores y sus gentes. Demasiado tiempo ocupado en tratar de llegar a ningún sitio, de vivir en diferentes lugares, de empezar una y otra vez. El tiempo nos da otra perspectiva. Mis ojos ven de manera diferente. El paso, ahora tranquilo, me permite darme cuenta de lo antes seguramente me habría pasado desapercibido. Debo decir que me sorprendí al verlo.  La Bibliomusicineteca, es un lugar peculiar en donde se dan cita artistas, escritores, músicos y librepensadores. Un espacio que trata de conservar en su interior la historia. En los estantes abarrotados de libros, puedes encontrar retazos de sabiduría que yacen junto a melodías inolvidables grabadas en discos de vinilo. Películas olvidadas que cada lunes vuelven a la vida e incentivan la memoria viva de otros tiempos. Fue como un mazazo. De inmediato, me sentí atraído por su entorno y he querido aprovecharme de su existencia para dar paso a un viejo proyecto mío tantas veces pospuesto. Trasmitir aquello que he aprendido, mi experiencia, a través de la “Bibliomusicineterapia”

Todos tenemos un guión de vida que seguimos inconscientemente. Nuestra película puede ser dramática o cómica pero, lo más seguro es que aún permanezca en gran parte, como un misterio para nosotros mismos. “El Club del espejo” es un espacio para matizar y reconstruir esa narración que constituye la biografía de cada uno. Os espero a todos.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Al otro lado del espejo

“Somos unos desconocidos para nosotros mismos. Por eso, conforme avanzamos en el  conocimiento del mundo es conveniente no olvidar de donde partimos”.

El espejo es un escaparate en el puedes ver lo que de ti trasmites al mundo. Sin embargo, si descartas la primera impresión y concentras tu mirada en el rostro que te contempla, podrás observar algo inquietante. Tienes la sensación de ser observado por alguien que hace un momento no estaba allí. Si circunscribes tu mirada a ese espacio que es tu cara, es muy probable que surjan preguntas a las qué no es fácil encontrar respuestas. Es más, es difícil pensar pero sobretodo razonar, mirándote fijamente a los ojos.  Si profundizas aún más, aparecen las emociones y llegas a la conclusión que sólo hay dos salidas. La primera, asistir a un soliloquio silencioso con alguien casi desconocido, pero que ejerce presión sobre ti. La segunda, apartar tus ojos e iniciar una cruel retirada ante tan desigual confrontación. Esta última opción, es una reacción protectora de quien, como persona, intuye que nada sabe de sí mismo. Y lo que es más, tal vez nada quiera saber, de su verdadera identidad.

Mientras vivíamos esa alocada carrera que dio forma a nuestro pasado, fuimos acumulando experiencias. Algunas se convirtieron en objetivos cumplidos, otros, actos fallidos y todas, quedaron archivados en nuestra memoria. Según fue el impacto de la lección aprendida, así lo recordamos en el presente. En todas esas ocasiones, actuamos según nuestro mejor criterio. Si esto es así, ¿Por qué nos sentimos inquietos ante nuestra propia mirada? ¿Por qué aparece esa emoción indefinida que tanto nos perturba? Permitidme pensar en voz alta. ¿No será que, cuando un recuerdo puede llegar a desestabilizarnos emocionalmente, manipulamos su contenido inconscientemente?  Acumulados en la memoria temporal o memoria profunda, la pregunta es ¿Cómo se reconstruyen los recuerdos?  La segunda cuestión es ¿Cómo accedemos a ellos? ¿Por qué con el paso del tiempo algunos recuerdos pierden la fuerza de la emoción y en cambio, otros no? Nuestra mente tiene mecanismos defensivos cuya misión es impedir el dolor emocional. Esa sensación que experimentamos frente al espejo, cuando nos miramos a los ojos, es solo un síntoma y ya se sabe, “Detrás de cada síntoma, hay una historia sin contar”.

No voy a descubrir a estas alturas la importancia del pasado en nuestra vida y la necesidad de acceder a esos recuerdos, que nuestro inconsciente nos ningunea. Entre las diferentes técnicas para acceder a esa parte casi siempre oculta a nuestro consciente, siempre he sentido especial predilección por una de ellas, la hipnosis. Es una excelente herramienta para resolver problemas cuyos orígenes se esconden en lo más recóndito del ser humano. Aquellos que permanecen al otro lado del espejo. No he querido ser yo quien argumente las razones para utilizarla. Maestros como Milton Erickson, lo han hecho sobradamente. Solo diré que, tal como dice el creador de la Hipnosis Clínica Reparadora, el profesor Armando Scharousky, “Hipnotizar es fácil… peligrosamente fácil”. Autor de varios libros sobre el tema, su experiencia como terapeuta y como docente, es internacional. En esta entrevista, he tenido ocasión de recordar aquello que aprendí de él. 


jueves, 24 de septiembre de 2015

El observador, el protagonista y el espectador

“Conocemos cosas de los demás que ellos ignoran. Por el contrario, ellos saben de nosotros algo que tal vez no deberíamos ignorar. Es por eso que hemos de prestar atención en ambas direcciones si queremos evolucionar.”

Justo a tiempo. Unos instantes después, se apagaron las luces de la sala y nuestra atención se centró en la pantalla. Al mismo tiempo que escuchábamos una melodía,  la película se inició con un largo “travelling” de la cámara. Lentamente, frente a nuestros ojos, discurrieron uno tras otro los personajes y su relación con el entorno. Pequeños detalles que, aunque aparentemente carentes de importancia, más tarde formarían parte de las escenas más interesantes de lo que prometía ser un apasionante relato. Esta vez, el protagonista principal era un reportero gráfico que, tras sufrir un accidente, debía permanecer recluido en su apartamento. Apenas han transcurrido unos instantes, unas pocas líneas del guión, y para aquellos que aman el cine de suspense, es altamente probable que hayan reconocido el argumento. Es la secuencia inicial de la “La ventana indiscreta”. 

La elección de esta película no es casual. Nos va a servir para reconocer y entender la sutil diferencia que se produce en nosotros, durante aquellas escenas en las que nos identificamos con de actor de turno y aquellas otras que, como espectadores, al poseer una mayor información  sobre lo que sucede en ese mismo momento en la escena, deseamos de manera instintiva, modificar la conducta de aquel actor con el que nos hemos identificando. Una respuesta emocional que asume el espectador pero que no modifica el argumento. Déjenme darles un ejemplo. Desde su atalaya, el protagonista observa como transcurre la vida del barrio sin que él, aparentemente, pueda influir en ella. Sin embargo, acaba involucrándose y en determinados momentos de la trama, su vida llega a estar en peligro. En el transcurso de esas escenas…  cuando nos damos cuenta que el protagonista corre algún tipo de riesgo innecesario, ¿Quien no ha sentido en su interior el impulso de avisar instintivamente al “desvalido e incauto protagonista” de que… quien llama a su puerta, no es otro que el asesino que viene a matarle?  Es más, si el actor pudiera escucharnos, si realmente tuviera la información de la que disponemos nosotros, como espectadores, ¿Acaso no cambiaría su respuesta?

Quienes estén de acuerdo conmigo, convendrán que esta misma situación se reproduce a diario y de manera casi idéntica en la vida real. Sólo que esta vez los protagonistas, somos nosotros mismos. Como le sucede al personaje principal de la “Ventana Indiscreta” coincidimos con él en al menos dos cosas. La primera es que, nuestras limitaciones, condicionan nuestra libertad para actuar; la segunda, que nuestra participación en casi todo aquello que hacemos, responde al guión que nos ha tocado interpretar en esta vida.  Quiero llamar la atención en el hecho de que, como sucede con los actores en la película, también nosotros estamos siendo observados sin ser conscientes de ello. En nuestro caso, el observador está interiorizado y es parte de nuestro inconsciente. Tal vez por eso, no seamos de todo conscientes de que está ahí y sin embargo, mantenemos frecuentes diálogos con él.  Si escucháramos a aquel que, desde nuestro interior, nos observa,  ¿Acaso no cambiaría nuestra respuesta frente a la vida?

viernes, 18 de septiembre de 2015

Inteligencia Biológica o Artificial


“Si pudiésemos enseñar geografía a la paloma mensajera, su vuelo inconsistente, que va derecho al objetivo, sería de inmediato cosa imposible”. Carl Gustav Carús (1769-1869, Leipzig).

El instinto de conservación es una cualidad innata en cualquier especie. Sin embargo, esa importante condición está mínimamente desarrollada en el ser humano. Tal vez por eso y para compensar su desventaja, nuestro cerebro ha desarrollado capacidades cognitivas que no se encuentran en ningún otro animal. El pensamiento jerárquico y el reconocimiento de patrones son algunas de las características que se derivan de la compleja estructura neuronal que poseemos. Con la aparición de nuevas tecnologías se ha conseguido realizar simulaciones precisas de cómo se estructura el movimiento en el ser humano.  Sin embargo, está resultando mucho más difícil llegar a un consenso sobre algunos conceptos como mente, conciencia o alma. Existen dos tendencias científicas, aquellas que promulgan que  solo existe una materia o sustancia de donde surgen las diferentes cualidades y aquella otra que, siguiendo el concepto dualista-cartesiano, considera por separado mente y cuerpo.

Entre los que están a favor de la primera tesis, la mente es un epifenómeno que surge de la propia estructura neuronal. El cerebro, es un órgano cuya función principal es facilitar el movimiento, No obstante, ello no ha impedido que tras un largo proceso de 400.000 años,  algunas estructuras neuronales  se hayan especializado (áreas de Broca) y permitan la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión. Este planteamiento, apoyado en los constates avances tecnológicos de los actuales ordenadores y su poder de computación, nos ha llevado a la creación de IA (inteligencia Artificial). El resultado inmediato ha sido la aparición de múltiples aplicaciones que van desde máquinas herramientas, toma de decisiones automáticas o análisis de sistemas complejos como en el caso del ADN. A mi entender, no está muy lejos el día en que nos será difícil distinguir la máquina del hombre.  La segunda opción, aquella que sostiene que el ser humano es dual, representa en mi opinión, la última frontera que nos queda, para diferenciarnos de los robots de última generación que pudieran producirse en un futuro próximo. En cuanto a las consideraciones éticas o morales que puedan derivarse de lo anterior resulta interesante hacer referencia a la reciente entrada en escena de la Filosofía de la mente.  Para quien desee ampliar sus conocimientos al respecto, John Searle, es un destacado defensor de esta vía de pensamiento y ha publicado varios libros en los que  profundiza sobre el concepto del libre albedrio.

En video de la entrevista que ofrecemos a continuación, preguntamos al Doctor. Ignacio Cos sobre el alcance de sus investigaciones y su opinión sobre los límites de la IA. Durante el encuentro, hice un comentario sobre la posibilidad de compatibilizar la memoria digital con la biológica, su respuesta me dio que pensar: “Con el uso de las nuevas tecnologías, nos hemos acostumbrado a tener en nuestra memoria solo el índice referenencial en donde encontrar los datos…  en realidad, los datos, hace tiempo que los hemos depositado en las máquinas”.



lunes, 14 de septiembre de 2015

Frente al espejo


“El reloj, junto al espejo, son los instrumentos con los que el alma nos apremia a tenerla en cuenta. El primero, nos muestra el paso inexorable del tiempo; el segundo… cómo nos ha afectado el primero”.

Descorrió la tela que cubría aquella magnífica cornucopia. Se aproximó aún más, y ayudándose con la luz tenue y tintineante de los candelabros, se miró al espejo. Frente a él, molesta aún con las experiencias anteriores no pudo contener su rabia y explotó. Gritó iracunda y maldijo una vez más aquel engendro que solo podía decir la verdad. Clásico entre los clásicos, no creo errar si digo que no hay nadie en el mundo que no haya leído el cuento, oído la narración, o haya visto la película. Decidme ¿Recordáis la faz desencajada de la madrasta de “Blancanieves”, frente al espejo? ¿Podéis recordar lo que sentisteis en ese momento? Esta parte del relato, nos da la clave para analizar y entender aquello que esperamos encontrar cuando nosotros mismos, nos miramos al espejo. Buscamos la confirmación de lo que somos o más bien, de aquello que queremos ser. Sin embargo y muy a pesar nuestro, el tiempo pasa y el conflicto permanece.

Los tiempos han cambiado, como también han cambiado las formas, pero no así el fondo. La tecnología actual, nos ofrece nuevos espejos en los que reflejarnos. Solo que ahora son mucho más crueles. Ya no nos recluimos en la intimidad del salón para conocer su respuesta. Caminamos absortos mientras nos miramos en él. Aguardamos impacientes el momento de poder interactuar con él. Ocasionalmente, cuando no podemos contar con su presencia o está fuera de servicio, una extraña sensación de aislamiento nos embarga. Nos sentimos como desnudos. Estoy hablando del smartphone. Ese aparato que recoge insistentemente nuestra imagen y que, junto a nuestros comentarios, es capaz de lanzarla a los cuatro vientos. No tenemos suficiente con contemplarnos a nosotros mismos; ahora, es necesario que nuestros amigos lo sepan y opinen de ello públicamente. El problema surge cuando dependemos de la respuesta de nuestros colegas, de su aceptación, de su complicidad. Es entonces cuando corremos el riesgo de poner en sus manos, lo que tan solo depende de nosotros.  Ser felices.

Haríamos bien en reflexionar sobre ello antes de colgar una foto o de publicar un comentario. Cierto es que, twitter, facebook o cualquiera de las comunidades existentes en la red,  son magníficos medios sociales que nos permiten compartir con nuestro grupo aquello que nos importa, pero no es menos cierto que esos mismos medios, pueden volverse hostiles y peligrosos para nuestra integridad. En realidad deberíamos preguntarnos qué tipo de respuesta esperamos y cómo nos afecta cuando la recibimos. Recordemos que, tanto lo enviado como lo recibido, permanecerá por mucho tiempo en ese espacio de nadie que es internet. Tengamos siempre presente que, como en el caso de la madrastra de “Bancanieves”, nuestras reacciones, es decir nuestras emociones, nos delatarán frente al espejo.

Es bien conocido que la infelicidad reside entre la expectativa y la realidad.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El traje



"No dejes que el deseo te impida ver la realidad. El autoengaño es el primer obstáculo a salvar".

Hoy iba a ser un gran día.  En apenas dos horas, su hija dejaría el nido. Se casaba.  Juan estaba contento, sonreía. Satisfecho consigo mismo, sacó del armario el traje que había comprado para esta ocasión tan especial. Sin embargo, mientras se vestía, notó que algo no funcionaba. Se dirigió hacia el espejo y observo con cierta preocupación que su imagen no coincidía con lo esperado. Pequeños defectos del traje, como una manga ligeramente más corta y una pequeña diferencia entre los bajos de pantalón, descomponían su figura. Incrédulo, comprobó que la etiqueta del traje no coincidía con su nombre. Le habían dado un traje equivocado y era evidente que su dueño no tenía su esbelta, casi perfecta, constitución física. Pensó con rapidez… “Imposible cambiar el traje, no hay tiempo material para hacerlo”, se dijo asimismo. A continuación, tratando de encontrar una solución al problema, argumentó: “Las diferencias, aparentemente, no son tan grandes”. Frente al espejo, encogió ligeramente el brazo para adaptarlo a la medida de la manga. También flexionó la pierna  sutilmente. Finalmente, ensayó y encontró la forma de que traje y cuerpo encajaran.  Convirtió al espejo en su cómplice y convencido de haber encontrado la solución, salió de casa camino de la cercana iglesia en donde debía celebrase la boda de su hija.

En la acera de enfrente, esperando para cruzar la calle, estaba un grupo de gente. Entre ellos dos amigos, que dejaron de comentar los resultados del último encuentro de su equipo favorito, para fijarse en la peculiar forma de caminar de aquel individuo. La rítmica oscilación, causada por una evidente cojera y la sutil diferencia de altura entre su hombros, que le obligaba a caminar inclinado, llamaban la atención de los viandantes que se cruzaban con él. Los dos amigos observaron a Juan, mientras este se perdía calle abajo. El más bajito de los amigos, un hombre entrado en años de oronda figura y cara cetrina, abrió la boca y dirigiéndose a su compañero mientras ponía cara de asombro, masculló entre dientes,: “Qué cosas tiene la vida… con los problemas que tiene este hombre y lo deforme que está…¡Qué bien  le sienta el traje!”.


Esta adaptación narrativa de una conocida anécdota, sirve para reflexionar acerca de que, con harta frecuencia, no vemos sino aquello que queremos ver. En la mayoría de los casos, la mente siempre nos dará los argumentos que necesitamos para poder hacer aquello que queremos hacer. Nos corresponde a nosotros, como observadores,  cuestionar el resultado. Podemos engañar al espejo, pero sabremos de nuestra equivocación cuando observemos, a través de los demás, los reflejos de nuestros actos. Si bien es cierto que las experiencias pasadas condicionan nuestras decisiones actuales, ello no significa que no podamos cambiar, una vez nos demos cuenta del error, nuestra forma de pensar en el presente.  Existen herramientas que nos ayudarán a hacerlo, aún cuando pensemos que es imposible. Basta con dar un primer paso. Abrirnos a la posibilidad de que, en nuestro interior, podamos encontrar otra manera de pensar, sentir y actuar conforme a nuestra verdadera esencia. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

Presentación




“Cuando nos miramos en el espejo… ni siempre vemos lo que deseamos, ni siempre reconocemos aquello que vemos. Entender  lo que en él se refleja, es el primer paso para darse cuenta de lo que somos”.




El espejo es quizás, el elemento que más se ha utilizado como analogía de la realidad. No la contiene pero la refleja. Sin embargo, cuando nos ponemos frente a un espejo, es casi imposible no pensar en el principio de  incertidumbre de Heisenberg. Aquel que nos dice que el observador forma parte del experimento y que, el acto mismo de observar, condiciona lo que se está observando. Así pues, cuando nos miramos en el espejo , es razonable pensar que aquello que observamos está  matizado o deformado por nuestras creencias, valores y hábitos.

El Club del Espejo trata de ser un espacio para comentar las diferentes  opciones que se plantean cuando uno es consciente que lo que ve en el espejo no es “la realidad”, sino una proyección de sí mismo. Las múltiples maneras de entender el ser humano y su relación con la vida, junto a la abundante documentación que tiene su origen en la Filosofía, la Psicología y más recientemente, la Neurobiología. Siempre han habido dudas sobre cuál de ellas es la más adecuada, para entender aquello nos sucede.

Independientemente de aquello que somos, entre los distintos recursos disponibles, no solo podemos consultar las fuentes de la sabiduría tradicional o científica de las que parten los diversos argumentos, sino que además, podemos hacerlo utilizando los tres canales que el ser humano posee para comunicarse. El visual, el auditivo y el cenestésico, generan a su vez pensamientos, emociones y acciones que nos darán la pista de aquello que no percibimos si no es a través del reflejo que nos proporcionan los demás. Cada persona se apoya en uno prioritariamente, pero usa los tres según sea la información que necesita procesar, como observador y protagonista de su vida. Compartir esa información y analizarla desde un punto de vista multicultural y aconfesional es el objetivo de “El Club del Espejo”.