domingo, 29 de noviembre de 2015

Mañana será otro día ...


”Valiente no es aquel que no tiene miedo, sino aquel que, aún teniéndolo, lucha porque cree que  hay cosas por las que merece la pena arriesgarse”.


Creo recordar, que existe una leyenda Gnóstica sobre la lucha primigenia entre el bien y el mal que podría servir para explicar nuestro devenir por la vida. La leí hace tiempo, en la contraportada de un libro que no he conseguido encontrar a pesar de buscarlo con insistencia, por lo que tendré que dar crédito a mi memoria. Dice más o menos así, “Cuando se enfrentaron las huestes del arcángel San Gabriel con los ejércitos de Lucifer, algunos ángeles indecisos permanecieron al margen. Terminado el combate, todos aquellos que no habían tomado partido, fueron obligados a permanecer en la Tierra hasta  que finalmente pudieran tomar una decisión”.

No sé qué pensaréis vosotros, pero en lo que a mí respecta, esta metáfora, además de una bellísima narración, me ofrece un argumento verosímil de la razón por la que deambulamos por esta vida, cargados de dudas y  contradicciones. Vendría a confirmar que, si bien disponemos de libre albedrío para decidir, la consecuencia inmediata es que, también venimos obligados a posicionarnos continuamente. En las cosas más banales, el miedo a equivocarnos,  nos impide decidir, tomar partido, cambiar aún sabiendo que lo único constante en la vida, es el cambio. Nada permanece igual con el paso del tiempo. Sin embargo, nos aferramos a lo conocido, a lo conseguido, como si con ello pudiéramos parar el giro de esa rueda que, en constante movimiento, nos remite una y otra vez, a una nueva bifurcación. Tal vez, con diferente planteamiento, pero con la misma obligación de tener que decidir, aquí y ahora, si queremos cambiar, avanzar. Salvador A. Carrión, autor de varios libros de éxito sobre PNL (Programación Neurolingüística), nos da la clave para entender nuestra posición. “Creer que se ha llegado, este es el problema”.

Hasta cierto punto, es lógico. Para estar hoy aquí, hemos tenido que recorrer un camino que no siempre ha sido fácil. El esfuerzo realizado, el sufrimiento vivido, nos ha hecho pasar por alto que, a cada paso que hemos tenido que dar, hemos generado nuevos recursos o bien,  los hemos perfeccionado. En la peor de las circunstancias, hemos conocido aquello que nunca hubiéramos debido hacer. Si este fuera el caso, el pasado no podemos modificarlo, pero podemos aprender de él. La mayoría de veces sin embargo, el miedo nos paraliza, nos bloquea y nos negamos, a priori, la posibilidad de intentarlo de nuevo. El esfuerzo y la incógnita que supone cualquier cambio, cualquier reto, nos asusta. 

Con tal de no  asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones, justificamos nuestras resistencias al cambio, convirtiendo el miedo en prudencia.  Nos damos mil y un argumentos para evitar lo inevitable. Es así como funciona nuestro ego. Retrasamos o ignoramos aquello que, en el fondo, sabemos con certeza que forma parte de nuestra evolución. En lo que a mí respecta, tras una semana de imperdonable retraso en escribir este post, me aplico todo lo anterior y lo resumo en el popular refrán…  “No dejes para mañana aquello que puedes hacer hoy”. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

Las llaves

“Aquello que hoy rechazamos por no querer enfrentarnos a ello, nos lo encontraremos más adelante en forma de destino”.                                             
  Carl Gustav Jung

Llevaban diez años sin verse y tenían mucho de qué hablar. Pedro, vivía al otro lado del país y habían vuelto a su ciudad natal para revisar unos documentos. Por su parte, Juan recordaba vagamente a Pedro y sabía de su afición por la cerveza, por lo que quedaron en un conocido bar de la ciudad para compartir sus vivencias. El tiempo pasó deprisa, y sin darse cuenta, se encontraron con la noche. Juan estaba casado, hombre serio y cabal, no quería llegar tarde a casa. No obstante, aún cayeron un par de cervezas más mientras ambos razonaban sobre la necesidad de ser sinceros, aún a costa de las consecuencias que, de ello, pudieran derivarse.

Los dos amigos, recorrieron las calles de la ciudad, pobremente iluminadas, tratando de llegar lo antes posible a casa de Juan. Con paso ligero aunque serpenteante por la cantidad ingerida de cerveza, cambiaron de acera. En el otro lado de la calle había más luz. Por el camino, escucharon el ruido de unas llaves al caer al suelo. Ambos se llevaron instintivamente las manos al bolsillo del pantalón y ambos aceleraron el paso para llegar antes a la acera iluminada. Una vez en ella, Juan, aprovechando el apoyo que le ofrecía un farol cercano, se agachó y comenzó a andar a cuatro patas. A Pedro, el más afectado por la bebida, aquello le pareció una excentricidad de su amigo. “Es tarde para ponerse… a jugar, ahora”, dijo balbuceando. No estoy jugando, le contestó Juan, estoy buscado mis llaves.  Pedro, aún más desconcertado, informó a su amigo que, de ser así, debería buscarlas en la otra acera. Juan, en un alarde de sinceridad, contesto, “Tienes razón… pero aquí hay más luz y necesito encontrarlas… no quisiera decirle a mi mujer que  las he olvidado en la oficina”.


A pesar de que ambos buscaron las llaves bajo la luz de aquel farol nunca las encontraron. Es más, al llegar a casa, la mujer de Juan supo inmediatamente que éste, mentía. Equivocarnos es siempre posible; lo patético, es tratar de disimularlo. Es necesario que nos responsabilicemos de nuestros actos. Negar los hechos o manipularlos, no nos beneficia. Equivocadamente, solemos convertir nuestros deseos en necesidades y nuestros pensamientos en emociones; El resultado que obtenemos es angustiarnos, cuando no podemos conseguirlos. Si, cuando nos mirarnos al espejo, no vemos “aquello que deberíamos ser”… inconscientemente, nos creamos estados de ansiedad, depresión o culpa que, en lo referente a nuestra conducta, se convierten en dependencia, inseguridad o indecisión. Lo mismo sucede cuando suponemos el “cómo deberían ser los otros” y por supuesto, “el cómo debería ser la vida” que nos aleja siempre de la solución.  Las cosas son como son y no como queremos que sean por eso, aceptar las cosas como son, es el primer paso para aceptarnos a nosotros mismos ya que, como dijo Epicteto, “No son las cosas las que nos perturban, sino la visión que tenemos de las mismas”.

lunes, 9 de noviembre de 2015

El Chaman, su función actual

“La palabra chamán es, de hecho, usada vagamente para casi cualquier doctor brujo salvaje que se pone frenético y tiene comunicación con los espíritus”.   
 E. Washburn Hopkins


La vida no deja de sorprenderme. Esta vez sucedió durante la celebración del “Día de los difuntos”. Fue ese mismo día cuando conocí a Jean Gabriel Foucaud, un chamán que, con ocasión de la construcción de un altar de muertos mexicanos en la asociación “La BiblioMusiCineteca”, vino a contribuir con su presencia a la conmemoración del acto.  Por lo insólito para mí del momento, me propuse entrevistarlo para saber algo más sobre ese mundo poco conocido. Un mundo conceptualmente mágico, que surgió de la complejidad de las religiones animistas y creó, en las organizaciones tribales, la figura del chamán. Un personaje capaz de moverse entre el mundo de lo oculto y de lo natural. Función que acostumbra a realizar en un estado alterado de conciencia y que le permite hablar con los espíritus para mediar entre ellos y los hombres. Un personaje que ejerce su labor en el ámbito reducido de algunas comunidades básicamente tradicionales. 

Jean Gabriel Foucaud, ejerce en la actualidad de chamán, pero anteriormente fue docente en el sur de Francia, psicólogo y desde hace ya bastante tiempo psicoterapeuta. Nada que ver con los estereotipos del curandero tercermundista a que nos tienen acostumbrados las películas de aventuras. Su vocación surgió en un viaje a Centroamérica, y aunque  ha tenido contactos con el chamanismo asiático, se especializó en la cultura Mexicana. Tras años de estudios antropológicos, tuvo conocimiento de los símbolos ancestrales que mostraban “el camino del nagual”, con los que diseñó un conjunto de cincuenta y dos cartas, que usa para realizar su función. En la entrevista quise saber las características que resumen su labor en lo religioso, lo social y lo personal. Sus respuestas fueron concluyentes y me ilustraron. Les recomiendo que vean y  escuchen con atención, lo que Jean Gabriel dice en la entrevista.


Por otro lado y a mi entender, es indudable que existe un cierto paralelismo entre “el camino del nagual” y “la vía del Tarot”. Los dos sistemas se basan en figuras cuyo simbolismo trasciende su aparente significado. Ambos tienen su origen en la tradición y ambos, aunque con figuras obviamente diferentes, sugieren ritos de paso o procesos iniciáticos. Alejandro Jodorowsky, reconocido maestro en la interpretación de las cartas del Tarot,  sería, a mi parecer, otra visión de la realidad neochamánica actual a través de lo que él denomina “Psicomagia”. En su libro “Metagenealogía”, escribe lo siguiente: “la psicomagia, propicia una situación individual de sanación en la que se alcanza, en la propia realidad de dicha situación, una suerte de “sueño despierto” consistente en cumplir de manera inofensiva una fijación irrealizable del inconsciente,  reparar una situación traumatizante o integrar informaciones y cualidades positivas que se pensaran imposibles”.  Así pues, el éxito terapéutico de ambos sistemas entraría en el ámbito de lo psicosomático, entendiendo como tal, el poder de la mente sobre la materia. Y, en lo referente a su uso como vehículo para la predicción, entiendo que queda estrictamente recluido al ámbito personal de quien las maneja y quien cree en ello. Existe un viejo proverbio que dice: “tanto si crees, como si no crees, será siempre lo que tú creas”.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un mundo llamado deseo

“Uno, con la edad, se libra del deseo de hacer las cosas como los demás y hace, tranquilamente y sin miedo, lo que le parece a él.”.

William Somerset Maugham         

Mucho antes de que Abraham Maslow definiera la autorrealización, como un proceso permanente de autodesarrollo que lleva al hombre a ver realizado todo su potencial, alguien mostró al mundo el camino con una frase más sencilla de recordar, aunque no más fácil de realizar. Píndaro, poeta griego nacido en el año 518 a.C. lo resumió en un imperativo “llega a ser el que eres”. Ambos, sin embargo, expresan un mismo deseo irrenunciable en el ser humano... alcanzar la felicidad. El hombre es feliz o está autorrealizado cuando es capaz de satisfacer sus propios deseos o necesidades. Por eso, se hace imprescindible concretar la naturaleza de esos deseos, para llegar a comprender cómo nos influyen en nuestra manera de actuar, en nuestra personalidad; ese rasgo característico único, distintivo y propio de cada individuo.

Tal vez, la dificultad en definir la personalidad resida en que está compuesta por múltiples factores. A pesar de ello, algunos psicólogos mantienen que su ordenamiento podría hacerse en tres grupos: el primero estaría constituido por todo aquello que desde el nacimiento afecta a la persona, como la genética; el segundo, las modificaciones que, como modelo del mundo, la familia deja en lo personal; tercero, las relaciones del individuo dentro de la sociedad en la que interactúa. A lo anterior, es justo añadir los esfuerzos que debemos hacer para superar los inconvenientes que surgen en el día a día. De ahí deriva la importancia de los deseos y la frustración que generan si éstos no se alcanzan. Cuando una expectativa no se cumple, aparece un sentimiento de impotencia que se debate entre la decepción y la tragedia, alimentando la agresividad veladamente.  El hombre o la mujer actual, poco importa quién, tiende a no aceptarse cuando se mira en el espejo de la vida. Nos sentimos frustrados por no ser más altos, más delgados, más inteligentes, en definitiva, por no ser… Sin embargo, la parte positiva de la frustración es, que nos permite tomar conciencia de nuestras limitaciones; de esa libertad que, sin ser absoluta, nos permite distinguir los límites entre lo posible y  aquello que, por no depender enteramente de nosotros, escapa a nuestra voluntad.


En su libro “Aforismos sobre el arte de vivir”, Schopenhauer, nos propone una existencia feliz sugiriéndonos un equilibrio entre: Lo que uno es, como reflejo de las cualidades que integran la personalidad; lo que uno tiene, es decir, sus bienes y propiedades, como muestra práctica de sus logros; por último, lo que uno representa, tomando como referencia la opinión de los demás.  Aún sin negar su objetividad, existen matices a considerar. En referencia a las dos últimas condiciones, la primera, es difícil de complacer puesto que siempre es posible desear más; la segunda, sitúa fuera de nuestro control la felicidad, cuando la sujetamos a la opinión ajena. Así pues, solo nos queda el perfeccionamiento continuo de lo que uno es. Más allá de todo deseo y la voluntad de satisfacerlo, la personalidad humana, no puede reducirse a una simple herramienta útil para alcanzar una meta. Excepto si ésta, nos conduce a aceptar lo que somos.