jueves, 26 de mayo de 2016

Conexiones...

“La única ocasión en la que un ser humano debería mirar a otro desde arriba es cuando le está ayudando a  incorporarse”.

Tenemos por costumbre el vicio de la comparación. No hablo de la envidia, a la que la religión considera un pecado capital, sino a usar a los otros como modelos de referencia para valorar nuestras circunstancias. Lo contrario también sucede. Cuando consciente o inconscientemente consideramos la labor de los demás, lo hacemos desde nuestra propia posición. Es decir, utilizamos nuestras habilidades y limitaciones, para valorar sus acciones. Esto es algo que normalmente pasa cuando discutimos con nuestros hijos más pequeños. Olvidamos agacharnos al hablar sin pensar que, para ellos, representamos verdaderos “gigantes” a los que es peligroso, cuando no imposible, desobedecer. 

En mi opinión, la vida ha puesto en el camino dificultades insalvables para algunos, que fácilmente otros, podrían considerar como simples contrariedades. Valorarlas o juzgarlas desde nuestra posición es un error que nos impide darnos cuenta del verdadero esfuerzo que hacen quienes carecen de esa habilidad.  Existen discapacidades y minusvalías de muy diversa índole. Es cierto, pero la discapacidad como tal, en algunos casos solo limita la respuesta. En ese sentido, la capacidad de cualquier ser humano para sentir, pensar o actuar, por disfuncional que nos parezca, siempre es relativa y proporcional a su propia limitación. Por eso, cualquier iniciativa que vaya dirigida a facilitar la integración en la sociedad de quien sufre una limitación, o una discapacidad,  debe ser reconocida, impulsada y sobre todo agradecida.

Existen algunos nombres que ilustran la conexión cuerpo mente. Alexander Lowen, usó la manipulación y la posición del cuerpo para hacer aflorar conflictos entre sus pacientes. Su maestro, Wilhelm Reich, dio a conocer la existencia de barreras psíquicas que impedían la libre circulación de la energía en el cuerpo y concluyó que “La psique de una persona y su musculatura voluntaria son funcionalmente equivalentes”. Sin embargo, anterior a ellos hubo un místico armenio que abrió la vía en ese campo. George Ivánovich Gurdjíeff  impulsó El Cuarto camino junto a Ouspenski e intuyó, a través de danzas tradicionales consideradas sagradas, su importancia para la superación de las adversidades. Esas danzas siguen siendo hoy en día, la base del crecimiento personal en muchos lugares de Latinoamérica. Música y movimiento, emoción y acción. Coordinación entre lo que se siente y cómo se expresa. 

Esto último pude verlo reflejado en la exposición que ayer tuve la ocasión de visitar. Un fotógrafo profesional, Josep Aznar, mostraba en sus instantáneas a un grupo de artistas poco habituales. Sobre el escenario y en plena representación, bailarines considerados por la sociedad como “diferentes”.  La expresión de satisfacción por la perfección alcanzada durante la actuación, la dignidad de su  saber estar y lo que para ellos representaba aquel momento, mostrando lo mejor de sí mismos, se reflejaban en unas composiciones llenas de sensibilidad, color y espontaneidad. Imágenes provocadoras que trascendían el orgullo de raza de quienes en ellas aparecían. Ellos, los del escenario, estuvieron allí y se emocionaron como yo. Al saberse protagonistas, coquetearon con sus pícaras sonrisas y se dejaron querer por los presentes. Al final, como tributo y en directo, otra bailarina les dedicó su arte y compartió con ellos aquel momento de gloria. Entre el público, Jannick Niort, una bailarina doctorada en psicología, sonreía con la satisfacción de quien lleva treinta años haciendo bien su trabajo. Jannick, es la autora material del “milagro”. Una labor que, afortunadamente, también se realiza en otras partes de mundo. Son conexiones que, como sucede con “el efecto mariposa”, no conocen de fronteras.

lunes, 16 de mayo de 2016

La vida y sus reflejos

“El espejo refleja los distintos personajes que se muestran a través de ti. Así pues, aprende a diferenciar entre ellos y tú”.  

Mientras el sol acude a su cita diaria con el horizonte, trato de relajarme.  Hoy ha sido un día lluvioso, gris, propicio para la reflexión. Desde mi ventana contemplo el pasaje y me doy cuenta que, real o imaginario, siempre está compuesto de los mismos elementos. Cielo, tierra y agua. No importa el lugar. El cielo es el telón de fondo; la tierra, el escenario en donde discurre a vida y, el agua, el espejo en el que se reflejan los otros dos. Podemos cambiar de continente, de país o de sociedad pero, ineludiblemente, encontraremos esos mismos elementos. Es más, en sus múltiples variables, siempre habrá algo en común que nos haga soñar. Cualquier detalle puede poner en marcha nuestra memoria, nuestra imaginación, para ver lo que normalmente no vemos y pensar en lo que  inconscientemente olvidamos.

En esa visión, los árboles, actores mudos en el escenario de la Naturaleza, nos muestran la permanencia de las cosas, su continuidad; los hombres, por el contrario, su temporalidad. Y es en esa temporalidad donde reside la importancia del ser humano. Él es quien, para bien o para mal, modifica el paisaje, su armonía. Lo embellece o lo empobrece con su  presencia y lo convierte, finalmente, en el paraíso o el infierno en el que vivimos. Eso nos hace responsables frente a quienes nos suceden. En ese sentido, tengo la sensación de que, aunque los buenos deseos forman parte de una gran mayoría de personas, solo un escaso número de ellas alcanzan la capacidad de influir en el devenir de la sociedad. Cuando eso es así, su luz, destaca sobre la gris normalidad de la rutina diaria.

Hoy he tenido la ocasión de conocer a Rubén Pabello Rojas,  jurista, académico, legislador, escritor, servidor público y comunicador social. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Xalapa (México), cursó estudios y un Doctorado en Derecho, en la Universidad de Almería (España). Octogenario, sigue en activo.  Su conocimiento del área social y su experiencia en el ámbito cultural de su país de origen es invaluable para quienes reconozcan en él, al polifacético profesional capaz de transmitir los valores de una ética personal que traspasa fronteras; que comparte raíces en ambos lados del Atlántico y que, más allá del personaje que representa, muestra al ser humano – al Humanista – que, por mérito propio, debe ser orgullo y referencia para todos nosotros. Sin embargo, lo que más me ha impresionado no ha sido su brillante pasado sino su vibrante presente. En su longeva existencia, aún caben los sueños y las ilusiones. Su capacidad de  trabajo, a pesar de la edad, es envidiable y su voluntad de vivir, una virtud de referencia para quienes no le encuentran sentido a la vida. Él es sin duda, un reflejo de su potencial.

Mi encuentro con él tuvo lugar durante la entrevista que concedió, en su vista a la BibiloMusiCineteca. Una asociación, multicultural y plurigeneracional, que promueve los lazos entre las culturas del mundo. En ese mismo espacio se reúnen, una vez al mes, los miembros del Club del Espejo. Así pues, estando próxima la realización de un nuevo encuentro, la presencia de tan extraordinario personaje, no podía ser ignorada. Él es sin duda, el mejor exponente del concepto que tratamos de divulgar. Por eso es un placer para mí, compartir una pequeña muestra de la entrevista que dio lugar a mi sincera admiración por tan ilustre visitante. Tras el placer de oír y ver al Doctor Rubén Pabello, estarán de acuerdo conmigo que: “El Espejo nunca miente; basta con identificar su reflejo”.


La entrevista entera puedes verla en la web de la BiblioMusCineteca

lunes, 9 de mayo de 2016

La soledad de muchos...

            “La peor soledad es aquella que se sufre en compañía de muchos. Cuando, rodeado de amigos, no te atreves a compartir tus pensamientos  por el temor a quedarte solo”.  
       
Es difícil ignorarlo. Me refiero a un cartel que suelo encontrar, con frecuencia en las paradas del transporte público de la ciudad en donde habito, y que llaman la atención sobre un problema concreto, de entre los muchos que azotan a la sociedad actual. A pesar de la elocuencia de la imagen, de la crudeza del problema y de la realidad a la que hace referencia, su presencia convertida ya en rutina, pasa muchas veces desapercibida para la ocupada multitud que la contempla: Una mujer, de edad indefinida que dejó atrás los sesenta hace algunos años, mira a través de los cristales de una ventana; su mirada, vacía de contenido, se pierde en el infinito tratando de encontrar una solución a su problema. En el pie de foto, un comentario: “Nunca pensé que, a mi edad, el mayor problema fuese la soledad”.  

La soledad, es algo que nos afecta cada día de manera más directa, con independencia de a qué generación se pertenezca. Cierto, que en la vejez la hace más evidente pero, no me negarán que, resulta paradójico que, con todos los medios de comunicación que tenemos a nuestra disposición, podamos sentir soledad. Pero la sentimos. Por diferentes motivos, pero… la sentimos y nos hace sufrir. Si no fuera así, nos detendríamos frente al susodicho cartel para darnos cuenta de que, también nosotros, miramos sin ver en realidad. Que, también nosotros, huimos de nuestros pensamientos y que, también nosotros, reclamamos el afecto de los demás. Quizás por eso, por no querernos ver reflejados en ese anuncio, pasamos con prisas y sin detenernos. No somos indiferentes a lo que trata de comunicarnos y tal vez por eso, lo ignoramos. Ocupados como estamos, en atender las actualizaciones de nuestra cuenta en las redes sociales, contestar al teléfono y sobrevivir a la jornada laboral, apenas nos queda tiempo para dirigir la atención hacia nosotros mismos. Inconscientemente, depositamos en los demás la tarea de apuntalar nuestros valores. Por eso, acostumbrados a recibir de los demás las caricias y la atención que creemos merecernos, sufrimos cuando éstas escasean.

Soy de los que creo que, las casualidades, no existen. C.Gustav Jung habló de sincronías; de hechos aislados que sin aparente relación coinciden o desencadenan relaciones que nos afectan en particular sin mediar en ello causalidad.  Esta mañana, estaba frente a esa imagen explícita de la soledad justo en el momento de recibir la llamada de una amiga. Alguien, a quien admiro por su trayectoria como persona y por su labor profesional como escritora. El motivo de su llamada era porque estaba triste - Se sentía sola - necesitaba decirme que, por fin, había terminado de escribir su libro; que, finamente, tras dos años de negociaciones, había firmado el acuerdo de divorcio y que en ese mismo momento, conseguido sus objetivos, su orgullo había cedido el paso a un inquietante vacío interior que se agrandaba, por instantes, ante el recuerdo de la muerte de su madre, hace apenas un año. 

Escuché sus argumentos y, por un instante,  me imaginé que quien me hablaba era la mujer anónima del cartel. Y hubiera podido ser. Solo que mi amiga, era mucho más joven y había tenido la valentía de llamar a un amigo para que la escuchara. Quiero pensar que, la soledad es una pausa forzada entre dos acontecimientos; aquel, que ha dejado de motivarnos y el siguiente… ese al que aún no le hemos encontrado su sentido.