lunes, 22 de febrero de 2016

Héroes, a pesar de todo


“El deseo de querer saber más nos hizo huir de Dios.  Sin embargo, en este momento, huimos de nosotros mismos para evitar saber más”.


 Hoy, más que nunca, el mundo está lleno de superhéroes y sin embargo, la sensación de desamparo que nos embarga es cada día mayor. Sobran líderes y falta liderazgo.  Esto, me recuerda  una anécdota que alguien me contó de pequeño:   Viendo correr a una multitud frente a él, e intuyendo en la acción una prudente decisión de huída ante un cierto peligro, Vicente, se unió al colectivo. Cuando, llevaba un buen trecho corriendo y se había situado en cabeza del grupo, le preguntó al único compañero capaz de seguir a su lado ¿Sabes acaso, de qué estamos huyendo? A lo que el sufrido corredor, jadeando por el esfuerzo realizado hasta aquel instante, contestó  ¡No lo sé, pero no quiero quedarme atrás! 
 
En una carrera, se elogia  al primero,  mientras el segundo, a diferencia del tercero, sufre doblemente por su derrota. En primer lugar, por no haber ganado; en segundo lugar, porqué quizás con un poco más de… lo hubiera conseguido. El vencedor compensa su esfuerzo con el triunfo. En cambio, el segundo se culpabiliza por su derrota mientras, el resto, se entrena para llegar a ser, algún día, uno de los dos. Más alto, más fuerte, más rápido. La vida es actualmente la expresión del signo “más” - no como valor positivo - sino como cruz simbólica que acarreamos continuamente sobre nuestros hombros. Basta con ver cualquier programa de televisión. Se busca lo excepcional. Al superhéroe. Alguien capaz de hacer lo imposible sin morir en el empeño y sin darse cuenta que, su hazaña, será utilizada, consciente o inconscientemente, por la propia sociedad para subir el listón de las mínimas aptitudes necesarias, con las que poder triunfar. La necesidad de triunfar o estar entre los primeros, ha contaminado de insatisfacción a toda una generación que confunde reconocimiento con popularidad. Éxito con capacidad económica y necesidad con deseo. En definitiva, ser con tener. 

Sin embargo, nadie debería culpabilizarles por ello. Faltos de liderazgo moral y confundidos en su ética por el ejemplo de quienes deberían representar los valores sociales, no es de extrañar que algunos de los personajes de la generación actual, para combatir su frustración,  ocupen su tiempo en cuestiones triviales, es decir, sin causa aparente. Desposeídos del sentimiento básico de confianza necesario para resistir los embates de la vida, quienes, en su rebeldía se enfrentan a status quo, lo hacen bajo la presión de responder a las reglas del mercado. Es decir, Más por menos, Mayor disponibilidad y mejor preparación,  por menos ingresos. Imposibilitados para controlar las causas que condicionan su verdadera valía, los obligamos a convertirse en héroes que, carentes de otra referencia, buscan la perfección como única vía de  alcanzar la seguridad en sí mismos. Lamentablemente, el perfeccionista, aún cuando consigue el objetivo  se siente insatisfecho, ya que sabe que como tal, la perfección no existe y eso le hace sentirse débil. Ídolos con los pies de barro, a quienes obligamos a superar un camino plagado de obstáculos que, con el tiempo, devorará o hará enloquecer, a quien no pueda alejarse de él. 


domingo, 14 de febrero de 2016

Jugando al gato y el ratón

"El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes".                                                     Winston Churchill

Permitirme que me sirva de este conocido cuento para documentar el hecho de que el individuo, a pesar de los avances tecnológicos actuales,  continúa siendo el eslabón más débil de la sociedad. Ese mismo ciudadano, cuyo bienestar debería ser el objetivo final de cualquier política, el beneficiario final de una economía de Estado y el más preciado componente de una cultura, no es sino el medio a través del que se justifican y enriquecen quienes más deberían tenerlo en cuenta. A mi entender:

Cuando la comisión de expertos se reunió para evaluar de qué manera podían evitar el peligro que, para los miembros de la comunidad de Ratón Ciudad, suponía el gato, decidieron, por unanimidad que la mejor solución era ponerle un cascabel con el fin de que sirviera de aviso a los más vulnerables. Lamentablemente, nunca se pusieron de acuerdo sobre a quién correspondía llevar a cabo tal acción, y por supuesto, nadie se presentó voluntario a la misión. Al no llegar a un consenso, el representante de la autoridad creyó oportuno regular la libre circulación de los ciudadanos para reducir el problema. Cambió los horarios de los comercios y mejoró la circulación vial Por supuesto, creó un departamento para controlar el cumplimiento de las nuevas normativas y cómo novedad, un servicio estadístico sobre los movimientos del felino. Ideas brillantes que, sin embargo, no hacían frente a la cuestión de fondo.

Decidió que la financiación sería a cargo de ciudadanos y comerciantes ya que, el problema, se suscitaba en el trayecto que separaba a los primeros de los segundos. Además, como era año de elecciones, decidió que pagaran solo los segundos. Los empresarios, para sufragar los costes, aumentaron el precio de venta de sus productos y, de paso, pidieron a la administración ventajas que permitieran la sostenibilidad de su negocio. No fue fácil, pero consiguieron el acuerdo. A todo esto, el representante de los damnificados, aireando su condición de víctima a través de los medios de comunicación, exigió la creación de un servicio de asistencia que atendiese a los ratones afectados. Con cada víctima, la presión sobre el funcionario aumentó. Éste, finalmente, financió el servicio con cargo a los empresarios y éstos, para poder mantener el negocio, aumentaron los precios. Mientras, el gato siguió haciendo presa de quienes, por imprudencia o temeridad, salían a la calle contraviniendo las más elementales normas de la prudencia Así las cosas, los ciudadanos de Ratón Ciudad, esperaron pacientemente a que, en las siguientes elecciones, alguien encontrase una solución menos gravosa… en vidas y en impuestos.

Todo ello viene a cuento porque, el otro día asistí a un Congreso en Barcelona sobre  “Juego Responsable”. A pesar de los diez años transcurridos desde su primera edición, las conclusiones a las que finalmente llegaron quienes en él habían participado continuaron siendo las mismas: “El juego patológico, es un problema conductual que debe ser tenido en cuenta por el drama humano que suscita en quien lo padece y sus allegados. Es necesario promover el juego responsable”. Cierto, yo también estoy de acuerdo. Sin embargo, si la conducta es una cuestión de educación y no de orden público, ¿Por qué es tan difícil encontrar pedagogos y educadores entre los asistentes al Congreso?



miércoles, 3 de febrero de 2016

Una última oportunidad

“No podemos eludir la crisis, tan solo podemos elegir de qué modo queremos reaccionar  frente a ella.”.

Él era un hombre de costumbres fijas que, desde que murió su mujer, vivía de forma austera. El trabajo se convirtió en su razón de ser y la hora de la comida en el restaurante, su única distracción. Hacía un año que ella no estaba. En ese tiempo, Damián se había vuelto sedentario. Tras el natural periodo de duelo, cada vez que se arreglaba para salir de casa, sucedía lo mismo. Empezaba aquel maldito dolor de cabeza. Sus ojos, parecían querer salirse de sus órbitas, mientras su cara iba adquiriendo, poco a poco, un color carmesí solo comparable al semáforo de la esquina.

Nunca llegó a cruzar el paso de peatones. De vuelta a casa, se quitaba la chaqueta y la corbata, se aflojaba la camisa y se sentaba en el sillón, hasta que los síntomas desaparecían. Finalmente acudió al médico. El doctor, con la sutileza del que sabe del sufrimiento que produce una mala noticia, había tratado de explicarle lo inexplicable. Las causas podían ser múltiples y la evolución difícil de concretar, por lo que, ante la imposibilidad de relacionar los síntomas con los protocolos establecidos, se sentía incapacitado para darle un diagnóstico. Si esa es la conclusión - “no augura nada bueno”- pensó Damián. Se sentía sin fuerzas y derrotado por el peso de la sin razón. Sin embargo, - “algo habrá que hacer…”- se dijo a sí mismo.

Como no tenía hijos, decidió darse una oportunidad. Años de austeridad y trabajo, bien podían financiarle unas buenas vacaciones. Se puso ropa cómoda y salió a la calle. Por primera vez en mucho tiempo superó el semáforo de la esquina y llegó a la agencia de viajes de la avenida. Le apetecía dar la vuelta al mundo y contrató los medios necesarios. También pensó que, para tan largo periplo, necesitaba ropa nueva. Se acercó a la sastrería más cercana y encargo varios trajes. También los complementos, los zapatos y las camisas. En esto último, tuvo alguna discrepancia con el vendedor que insistía en darle una talla mayor. Amablemente rehusó la propuesta.  Desde que murió su amada esposa, él se proveía de lo necesario y conocía bien sus medidas. Al terminar la compra, mientras Damián cruzaba el umbral de la tienda, el dependiente dijo en voz baja -“Estoy seguro que volverá”. El encargado asintió con la cabeza y razonó – “Se ha llevado un número menos de camisa. La sangre, a duras penas circulará por su cuello… se pondrá rojo como un tomate y le dolerá la cabeza”- Y lo que es peor, se lamentó el dependiente – “¡Dirá que no le hemos avisado!”.

A veces, de manera harto extraña, la vida utiliza la ironía y la paradoja para obligarnos a cambiar nuestro rumbo. Las personas, acostumbran a quedarse atascadas en sus opiniones y en las formas de conducta; es por eso, que les cuesta tanto evolucionar. Cuando la falta de flexibilidad agota nuestros recursos, las grandes crisis nos obligan a pensar diferente. Por eso, debemos permanecer atentos a las oportunidades que se nos ofrecen ya que, la solución, nunca se encuentra en el mismo nivel que se produjo el problema.  Así pues,  conviene desconfiar de lo evidente para poner toda nuestra atención en el verdadero origen del problema.