“Somos unos desconocidos para nosotros mismos. Por eso, conforme avanzamos en el conocimiento del mundo es conveniente no olvidar de donde partimos”.
El espejo es un escaparate en el
puedes ver lo que de ti trasmites al mundo. Sin embargo, si descartas la
primera impresión y concentras tu mirada en el rostro que te contempla, podrás
observar algo inquietante. Tienes la sensación de ser observado por alguien que
hace un momento no estaba allí. Si circunscribes tu mirada a ese espacio que es
tu cara, es muy probable que surjan preguntas a las qué no es fácil encontrar
respuestas. Es más, es difícil pensar pero sobretodo razonar, mirándote
fijamente a los ojos. Si profundizas aún
más, aparecen las emociones y llegas a la conclusión que sólo hay dos salidas.
La primera, asistir a un soliloquio silencioso con alguien casi desconocido,
pero que ejerce presión sobre ti. La segunda, apartar tus ojos e iniciar una
cruel retirada ante tan desigual confrontación. Esta última opción, es una
reacción protectora de quien, como persona, intuye que nada sabe de sí mismo. Y
lo que es más, tal vez nada quiera saber, de su verdadera identidad.
Mientras vivíamos esa alocada
carrera que dio forma a nuestro pasado, fuimos acumulando experiencias. Algunas
se convirtieron en objetivos cumplidos, otros, actos fallidos y todas, quedaron
archivados en nuestra memoria. Según fue el impacto de la lección aprendida,
así lo recordamos en el presente. En todas esas ocasiones, actuamos según
nuestro mejor criterio. Si esto es así, ¿Por qué nos sentimos inquietos ante
nuestra propia mirada? ¿Por qué aparece esa emoción indefinida que tanto nos
perturba? Permitidme pensar en voz alta. ¿No será que, cuando un recuerdo puede
llegar a desestabilizarnos emocionalmente, manipulamos su contenido
inconscientemente? Acumulados en la
memoria temporal o memoria profunda, la pregunta es ¿Cómo se reconstruyen los
recuerdos? La segunda cuestión es ¿Cómo
accedemos a ellos? ¿Por qué con el paso del tiempo algunos recuerdos pierden la
fuerza de la emoción y en cambio, otros no? Nuestra mente tiene mecanismos
defensivos cuya misión es impedir el dolor emocional. Esa sensación que
experimentamos frente al espejo, cuando nos miramos a los ojos, es solo un
síntoma y ya se sabe, “Detrás de cada
síntoma, hay una historia sin contar”.
No voy a descubrir a estas
alturas la importancia del pasado en nuestra vida y la necesidad de acceder a
esos recuerdos, que nuestro inconsciente nos ningunea. Entre las diferentes
técnicas para acceder a esa parte casi siempre oculta a nuestro consciente,
siempre he sentido especial predilección por una de ellas, la hipnosis. Es una
excelente herramienta para resolver problemas cuyos orígenes se esconden en lo
más recóndito del ser humano. Aquellos que permanecen al otro lado del espejo. No
he querido ser yo quien argumente las razones para utilizarla. Maestros como
Milton Erickson, lo han hecho sobradamente. Solo diré que, tal como dice el
creador de la Hipnosis Clínica Reparadora, el profesor Armando Scharousky, “Hipnotizar es fácil… peligrosamente fácil”.
Autor de varios libros sobre el tema, su experiencia como terapeuta y como
docente, es internacional. En esta entrevista, he tenido ocasión de recordar
aquello que aprendí de él.
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