Hoy iba a ser un gran día. En apenas dos horas, su hija dejaría el nido.
Se casaba. Juan estaba contento, sonreía.
Satisfecho consigo mismo, sacó del armario el traje que había comprado para
esta ocasión tan especial. Sin embargo, mientras se vestía, notó que algo no
funcionaba. Se dirigió hacia el espejo y observo con cierta preocupación que su
imagen no coincidía con lo esperado. Pequeños defectos del traje, como una
manga ligeramente más corta y una pequeña diferencia entre los bajos de
pantalón, descomponían su figura. Incrédulo, comprobó que la etiqueta del traje
no coincidía con su nombre. Le habían dado un traje equivocado y era evidente
que su dueño no tenía su esbelta, casi perfecta, constitución física. Pensó con
rapidez… “Imposible cambiar el traje, no hay tiempo material para hacerlo”, se
dijo asimismo. A continuación, tratando de encontrar una solución al problema,
argumentó: “Las diferencias, aparentemente, no son tan grandes”. Frente al
espejo, encogió ligeramente el brazo para adaptarlo a la medida de la manga. También
flexionó la pierna sutilmente.
Finalmente, ensayó y encontró la forma de que traje y cuerpo encajaran. Convirtió al espejo en su cómplice y
convencido de haber encontrado la solución, salió de casa camino de la cercana
iglesia en donde debía celebrase la boda de su hija.
En la acera de enfrente, esperando para
cruzar la calle, estaba un grupo de gente. Entre ellos dos amigos, que dejaron
de comentar los resultados del último encuentro de su equipo favorito, para
fijarse en la peculiar forma de caminar de aquel individuo. La rítmica
oscilación, causada por una evidente cojera y la sutil diferencia de altura
entre su hombros, que le obligaba a caminar inclinado, llamaban la atención de
los viandantes que se cruzaban con él. Los dos amigos observaron a Juan,
mientras este se perdía calle abajo. El más bajito de los amigos, un hombre
entrado en años de oronda figura y cara cetrina, abrió la boca y dirigiéndose a
su compañero mientras ponía cara de asombro, masculló entre dientes,: “Qué
cosas tiene la vida… con los problemas que tiene este hombre y lo deforme que
está…¡Qué bien le sienta el traje!”.
Esta adaptación narrativa de una conocida
anécdota, sirve para reflexionar acerca de que, con harta frecuencia, no vemos
sino aquello que queremos ver. En la mayoría de los casos, la mente siempre nos
dará los argumentos que necesitamos para poder hacer aquello que queremos
hacer. Nos corresponde a nosotros, como observadores, cuestionar el resultado. Podemos engañar al
espejo, pero sabremos de nuestra equivocación cuando observemos, a través de
los demás, los reflejos de nuestros actos. Si bien es cierto que las
experiencias pasadas condicionan nuestras decisiones actuales, ello no
significa que no podamos cambiar, una vez nos demos cuenta del error, nuestra
forma de pensar en el presente. Existen
herramientas que nos ayudarán a hacerlo, aún cuando pensemos que es imposible.
Basta con dar un primer paso. Abrirnos a la posibilidad de que, en nuestro
interior, podamos encontrar otra manera de pensar, sentir y actuar conforme a
nuestra verdadera esencia.
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