“El reloj, junto
al espejo, son los instrumentos con los que el alma nos apremia a tenerla en
cuenta. El primero, nos muestra el paso inexorable del tiempo; el segundo… cómo
nos ha afectado el primero”.
Descorrió la tela que cubría aquella
magnífica cornucopia. Se aproximó aún más, y ayudándose con la luz tenue y
tintineante de los candelabros, se miró al espejo. Frente a él, molesta aún con
las experiencias anteriores no pudo contener su rabia y explotó. Gritó iracunda
y maldijo una vez más aquel engendro que solo podía decir la verdad. Clásico
entre los clásicos, no creo errar si digo que no hay nadie en el mundo que no
haya leído el cuento, oído la narración, o haya visto la película. Decidme ¿Recordáis
la faz desencajada de la madrasta de “Blancanieves”, frente al espejo? ¿Podéis
recordar lo que sentisteis en ese momento? Esta parte del relato, nos da la
clave para analizar y entender aquello que esperamos encontrar cuando nosotros
mismos, nos miramos al espejo. Buscamos la confirmación de lo que somos o más
bien, de aquello que queremos ser. Sin embargo y muy a pesar nuestro, el tiempo
pasa y el conflicto permanece.
Los tiempos han cambiado, como también han
cambiado las formas, pero no así el fondo. La tecnología actual, nos ofrece nuevos
espejos en los que reflejarnos. Solo que ahora son mucho más crueles. Ya no nos
recluimos en la intimidad del salón para conocer su respuesta. Caminamos
absortos mientras nos miramos en él. Aguardamos impacientes el momento de poder
interactuar con él. Ocasionalmente, cuando no podemos contar con su presencia o
está fuera de servicio, una extraña sensación de aislamiento nos embarga. Nos
sentimos como desnudos. Estoy hablando del smartphone.
Ese aparato que recoge insistentemente nuestra imagen y que, junto a nuestros
comentarios, es capaz de lanzarla a los cuatro vientos. No tenemos suficiente
con contemplarnos a nosotros mismos; ahora, es necesario que nuestros amigos lo sepan
y opinen de ello públicamente. El problema surge cuando dependemos de la
respuesta de nuestros colegas, de su aceptación, de su complicidad. Es entonces
cuando corremos el riesgo de poner en sus manos, lo que tan solo depende de
nosotros. Ser felices.
Haríamos bien en reflexionar sobre ello antes
de colgar una foto o de publicar un comentario. Cierto es que, twitter, facebook
o cualquiera de las comunidades existentes en la red, son magníficos medios sociales que nos
permiten compartir con nuestro grupo aquello que nos importa, pero no es menos
cierto que esos mismos medios, pueden volverse hostiles y peligrosos para
nuestra integridad. En realidad deberíamos preguntarnos qué tipo de respuesta
esperamos y cómo nos afecta cuando la recibimos. Recordemos que, tanto lo
enviado como lo recibido, permanecerá por mucho tiempo en ese espacio de nadie
que es internet. Tengamos siempre presente que, como en el caso de la madrastra
de “Bancanieves”, nuestras reacciones, es decir nuestras emociones, nos
delatarán frente al espejo.
Es bien conocido que la infelicidad reside
entre la expectativa y la realidad.
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