martes, 26 de enero de 2016

De lo lógico a lo mágico

“La diferencia entre la tozudez y la constancia,  casi siempre coincide con el resultado. Si éste es el deseado, nos felicitan por nuestra confianza; por nuestra visión a largo plazo. Cuando no es así, nos acusan de no ver lo obvio, de ser obsesivos”.

 Habitual peregrino en otros tiempos del Camino de Santiago, tuve tiempo de darme cuenta de lo que la sabiduría popular es capaz de transmitir, sin afirmar o negar. Valga para ello el conocido dicho gallego que reza así. “Yo no creo en “meigas” (brujas) pero haberlas…”. Dejo a la sensibilidad del lector la respuesta, según sea  su propia creencia, no sin antes advertir que, lo que no puede ser explicado de forma lógica, ni analizado de manera racional por nuestra mente, puede entrar perfectamente en la regla “del tercero excluido” cuando, cómo en este caso, se refugia en sentir popular para hacer patente la posibilidad de su existencia.

Esta semana pasada, en el encuentro mensual del Club del Espejo, tuvimos la ocasión y el placer de contar con la presencia de un hombre cuya sencillez contradice la popularidad  de sus actos. Aurelio Mejías Mesa, es el autor de varios libros y el artífice de uno de los canales más visitados de Youtube. Un medio, en el que ha publicado cerca de dos mil doscientas grabaciones sobre hipnosis; elegidas de entre las más de diez mil realizadas a lo largo de su vida, reflejan las muchas percepciones que el ser humano tiene de sí mismo y de aquello que le afecta en su vida actual. La amistad personal que a él me une, hizo posible su presencia en el encuentro y, en justa correspondencia, mi asistencia a su seminario sobre hipnosis en Barcelona al día siguiente.

Los hay que confunden espectáculo con terapia, cuando se habla de la hipnosis.  Mientras que en el escenario se magnifica el histrionismo y la pérdida de voluntad del sujeto, en la clínica se dialoga con el paciente desde su propia percepción de los “hechos”. En el espectáculo, el protagonista es el hipnotizador y en la consulta lo es el paciente que, en un estado de trance y sin perder el control sobre sí mismo, entrega recuerdos que esclarecen el “porqué” de su consulta. Y es aquí donde aparece la magia, en ese recuerdo olvidado durante tanto tiempo y que trae consigo una emoción incorporada que, el paciente, vive en presente. Para llegar a ella, el hipnólogo ha debido vencer antes la resistencia psicológica que protege no solo ese recuerdo, sino también, la emoción que lo alimenta. En la regresión hipnótica lo mágico reside en el sentido común que utilizaba M. Erickson,  o utilizan  actualmente Armando Scharovky y Auelio Mejía.

Para practicar la hipnosis terapéutica son imprescindibles cualidades como la empatía y la escucha activa, pero sobretodo…  confianza y paciencia; y lógica, mucha lógica para convencer al paciente de lo inútil de ese sufrimiento. Poco importa si lo revelado por él, es realidad o imaginación. No es lo qué dice, sino cómo lo siente. Mientras, el niño interior de esa persona busca la magia del perdón, nosotros tratamos de convencer al adulto que es hoy, de que le permita hacerlo. En estos casos, lo mágico, depende de lo lógico.


Aurelio Mejía en el Club del Espejo

miércoles, 20 de enero de 2016

Puedo... pero ¿Quiero?

“En autoayuda querer es poder, y tal vez por eso, en la vida real, lo frecuente es que se den situaciones a la inversa”. 

Ambos habían terminado su jornada de trabajo. Llevaban casados cinco  años y aún no habían considerado tener descendencia. Mientras ella trataba de poner orden en la cocina, un trabajo previo siempre a la preparación de la cena, su marido, sentado en el sofá del salón, leía las noticias del día. En la televisión, podía verse y oírse un programa  en el que se debatía la importancia de la lactancia en la salud de un bebé. La cena, transcurrió como de costumbre. Acabado el ágape, él marido volvió al salón y ella a la cocina.  Media hora más tarde, desde el lugar donde se encontraba, ella elevó la voz y preguntó a su compañero - ¿Puedes sacar la basura? -  Como si fuera su propio eco, escuchó la respuesta que venía del salón - ¡Si querida! – Los minutos siguientes se hicieron eternos y, ante la pasividad de su marido, ella decidió tomar la iniciativa y sacar la basura por su cuenta. Ya de noche,  y justo antes de ir a dormir, él quiso saber el estado anímico de su mujer y pregunto, - ¿estás cansada? - a lo que ella respondió negativamente. Animado por la respuesta, tanteó la situación  - Que te parece, podríamos irnos pronto a la cama y hacer el amor... - ella contestó casi de inmediato, - ¡Claro que sí querido!- Llegado el momento, él tomo la iniciativa y acercándose amorosamente la abrazó. Al poco tiempo, y contrariado ante el frío recibimiento de su compañera, balbuceó - ¿No has dicho que podíamos hacer el amor?- a lo que ella respondió con ironía – ¡Cierto, Pero no me has preguntado si quería! - Él, de inmediato comprendió que no basta con poder, también es necesario querer. Al día siguiente, sacó la basura con la diligencia de un cadete de West Point. No obstante, su esperanza de verse recompensado, tardó varios días en llegar.

Esta escena, más habitual de lo deseable, resultaría cómica si no fuera por el dramatismo de la falta de comunicación que exhiben sus protagonistas.  Detrás de esta anécdota se esconde un “Juego de Poder”. Los juegos de poder son estrategias conscientes que ejercemos sobre los demás, cuando tratamos que hagan aquello que nosotros queremos o bien, a la inversa, cuando alguien trata de forzarnos a pensar o hacer algo que, en realidad, no deseamos. En su libro “Al otro lado del Poder”, Claude Steiner, además de definir este tipo de juegos, nos advierte que, estos “pueden ser físicos o psicológicos y que varían de burdos a sutiles. En cualquier caso, intentan crear cambios frente a la resistencia o resistencia frente a los cambios”.

En la mayoría de libros de autoayuda, podemos leer una máxima que condensa, en una sola frase, el camino hacia el éxito “Querer es poder”. En ese sentido, el coach también utiliza esa misma expresión para movilizar la voluntad de su cliente. El poder es siempre una posibilidad que debe realizarse, sin embargo, el querer necesita ser argumentado. Necesita de motivación Ello es así, porque es difícil forzar la voluntad, cuando se carece de motivo suficiente para hacerlo. En los juegos de poder, la motivación principal, es ejercer el control sobre el otro; en autoayuda, la verdadera y única motivación, es la continua superación de nuestras limitaciones. 

viernes, 15 de enero de 2016

La pérdida de identidad

“Algún día, en algún lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo; y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”         Pablo Neruda

 Cuando hablamos de la identidad de alguien, acudimos de forma sistemática al conjunto de particularidades que la identifica. Dicho así, no parece una gran cosa; es, como una verdad de Perogrullo, una obviedad. Sin embargo, empezamos a darnos cuenta de su importancia cuando, aún sin llegar a conocer a nadie en concreto, pensamos en algo llamado Alzheimer. Una enfermedad que se caracteriza por la pérdida progresiva de la identidad. Al igual que sucede en una vela encendida con la cera que cubre su mecha y le permite arder, igualmente sucede que, aquello que en su día sirvió a una persona para identificarse e identificarnos, se acumula en algún lugar irrecuperable,  mientras la llama de la vida, poco a poco, se consume. Esa parte del ser humano no es otra que la memoria, la base de nuestra identidad.

Aunque, a lo largo de nuestra vida cambiemos nuestra forma física o nuestra manera de pensar, hay algo que paradójicamente permanece inalterable; nuestra identidad. El ser humano, tiene conciencia de quién es porque tiene memoria, es decir, recuerdos de las diferentes etapas de su vida. Desde su más tierna infancia hasta la madurez, la persona no deja de buscar respuestas a quién es. El niño, interactúa con su imagen en el espejo, cuando aún no ha alcanzado el dominio corporal.  Más tarde, cuando llega a reconocer que la imagen que ve en el espejo es él mismo, se inicia el proceso de su autoconocimiento. Sin embargo, es en la adolescencia donde se produce el verdadero proceso de identificación. Sucede que, al contrastar sus preferencias con las de la familia a la cual pertenece, el adolescente, crea una imagen de sí mismo por la que se reconoce y desde la que se relaciona.

Esa autoimagen, es la base de una autoestima que nos permite valorarnos, positiva o negativamente, según sea el análisis previo que hagamos de nuestra personalidad. En ese sentido, está también el desarrollo del autoconcepto que, a diferencia de la autoestima, va aún más allá y se centra en el reconocimiento de nuestra singularidad; de nuestra individualidad. De otra parte, la personalidad, es decir la conducta, el intelecto y las emociones, se unen a la autoimagen y el autoconcepto para definir, entre todos ellos, nuestra identidad. Tal es así que, la carencia de cualquiera de esos componentes dificultará alcanzar cualquier objetivo.

En mi opinión, la identidad, aún siendo una, puede ser considerada bajo tres aspectos conceptuales. La identidad personal, aquella que coincide con nuestra imagen. La identidad social, aquella que nos identifica con un colectivo específico y por último, y cada vez más relevante, nuestra identidad digital, la que nos relaciona con un mundo global. La pérdida de identidad, sitúa a  la persona al margen del sistema y obliga al individuo a vivir en el olvido de “sí mismo”. La falta de motivación, le impide pensar libremente en cómo vivir, a dónde ir y qué hacer.  Sobre todo, si cada día, ha de reconstruir de nuevo su identidad.

martes, 5 de enero de 2016

Sobre el ludópata que habita en nuestro interior

“Si tropiezas y caes al suelo, levántate enérgicamente. Si vuelves a tropezar, vuélvete a levantar. Si tropiezas una tercera vez, no camines, siéntate y analiza cual es el motivo por el que tropiezas”.               leído en Emprendices.co

La sociedad define como ludópatas a quienes desarrollan una conducta compulsiva hacia el juego que, en el ámbito de la salud,  es conocida como “juego patológico”. Las consecuencias de esta enfermedad son ampliamente conocidas por las Asociaciones que ayudan a este tipo de enfermos. Pérdida de autoestima, ruina económica y desarraigo familiar, son alguna de ellas. Síntomas como la carencia de voluntad para dejar de jugar y la culpabilidad posterior por no poder controlar la situación, crean un círculo vicioso del que el enfermo trata de salir infructuosamente. Eso es así, porque en la mayoría de veces el ludópata, trata de recuperar su autoestima exponiéndose nuevamente a las mismas circunstancias que causaron su pérdida.

En ese sentido, los medios de comunicación, para argumentar las consecuencias de esta enfermedad, nos muestran a un jugador que de forma irresponsable pierde su dignidad y su patrimonio en las máquinas, o en las mesas de juego.  Esa imagen que nos presentan, no es otra que la de un enfermo que, como cualquier otro, precisa de tratamiento. Sin embargo, cuando leemos los artículos que describen ese tipo de “alarma social”, fácilmente podríamos caer en el error de pensar que el juego, como tal, es algo deleznable que conviene erradicar, olvidando tal vez que es jugando como crecimos y como llegamos a ser lo que somos. Los juegos de guerra, los de estrategia, los de cálculo e incluso los que evocaban deseos imposibles de realizar, desarrollaron en nosotros la competitividad necesaria para, de mayores, afrontar los retos que la sociedad nos impone.

Por eso, además de hacer proselitismo sobre las consecuencias del juego patológico, los mismos profesionales que lo denuncian, deberían divulgar, a su vez, las causas que lo propician. La rivalidad ha formado siempre parte de nuestra vida. A mi entender, desde pequeños competimos por el afecto de nuestros padres, más tarde por el reconocimiento de nuestros tutores o maestros y por último, por aquella plaza laboral que nos de la seguridad que buscamos. Ello nos obliga a actuar en los límites de nuestras posibilidades, buscando ir más allá continuamente. Sin riesgo no hay beneficio; sin diferencia, no hay identidad. De hecho, la personalidad, queda configurada por la lucha que sostenemos para ser reconocidos por los demás a través de nuestros valores, sentimientos y habilidades. Es la falta de ese reconocimiento lo que crea inseguridad y lleva a las personas a trasgredir sus propios límites. Así pues, competimos para poder sentirnos autónomos, para no ser dependientes, en una sociedad tremendamente competitiva.

El niño cuando nace trae consigo la semilla de la individualidad y debe competir para conservarla. Más tarde, cuando sea capaz de concebir la utopía tendrá, casi con toda certeza, que superar la frustración de no alcanzarla. Es por eso que deberá continuamente reafirmarse, para no caer en la despersonalización de una sociedad que loa a los vencedores y castiga con el ostracismo a los que no han alcanzado el éxito. Podría decirse, que venimos obligados a ganar para hacer bueno aquello de …”yo no soy tonto” y en ese sentido, la necesidad de no parecerlo, convierte al jugador en adicto y al empresario que lucha contra la crisis, en un ludópata en ciernes que, cada día,  se juega su empresa contra las tendencias del mercado.