“Conocemos cosas
de los demás que ellos ignoran. Por el contrario, ellos saben de nosotros algo que tal vez no
deberíamos ignorar. Es por eso que hemos de prestar atención en ambas direcciones si queremos
evolucionar.”
Justo a tiempo. Unos instantes después, se
apagaron las luces de la sala y nuestra atención se centró en la pantalla. Al
mismo tiempo que escuchábamos una melodía, la película se inició con un largo “travelling”
de la cámara. Lentamente, frente a nuestros ojos, discurrieron uno tras otro
los personajes y su relación con el entorno. Pequeños detalles que, aunque
aparentemente carentes de importancia, más tarde formarían parte de las escenas
más interesantes de lo que prometía ser un apasionante relato. Esta vez, el
protagonista principal era un reportero gráfico que, tras sufrir un accidente,
debía permanecer recluido en su apartamento. Apenas han transcurrido unos
instantes, unas pocas líneas del guión, y para aquellos que aman el cine de
suspense, es altamente probable que hayan reconocido el argumento. Es la
secuencia inicial de la “La ventana indiscreta”.
La elección de esta película no es casual.
Nos va a servir para reconocer y entender la sutil diferencia que se produce en
nosotros, durante aquellas escenas en las que nos identificamos con de actor de
turno y aquellas otras que, como espectadores, al poseer una mayor información sobre lo que sucede en ese mismo momento en
la escena, deseamos de manera instintiva, modificar la conducta de aquel actor
con el que nos hemos identificando. Una respuesta emocional que asume el
espectador pero que no modifica el argumento. Déjenme darles un ejemplo. Desde
su atalaya, el protagonista observa como transcurre la vida del barrio sin que
él, aparentemente, pueda influir en ella. Sin embargo, acaba involucrándose y en
determinados momentos de la trama, su vida llega a estar en peligro. En el
transcurso de esas escenas… cuando nos
damos cuenta que el protagonista corre algún tipo de riesgo innecesario, ¿Quien
no ha sentido en su interior el impulso de avisar instintivamente al “desvalido
e incauto protagonista” de que… quien llama a su puerta, no es otro que el
asesino que viene a matarle? Es más, si
el actor pudiera escucharnos, si realmente tuviera la información de la que
disponemos nosotros, como espectadores, ¿Acaso no cambiaría su respuesta?
Quienes estén de acuerdo conmigo, convendrán
que esta misma situación se reproduce a diario y de manera casi idéntica en la
vida real. Sólo que esta vez los protagonistas, somos nosotros mismos. Como le
sucede al personaje principal de la “Ventana Indiscreta” coincidimos con él en
al menos dos cosas. La primera es que, nuestras limitaciones, condicionan
nuestra libertad para actuar; la segunda, que nuestra participación en casi
todo aquello que hacemos, responde al guión que nos ha tocado interpretar en
esta vida. Quiero llamar la atención en
el hecho de que, como sucede con los actores en la película, también nosotros
estamos siendo observados sin ser conscientes de ello. En nuestro caso, el
observador está interiorizado y es parte de nuestro inconsciente. Tal vez por
eso, no seamos de todo conscientes de que está ahí y sin embargo, mantenemos
frecuentes diálogos con él. Si escucháramos
a aquel que, desde nuestro interior, nos observa, ¿Acaso no cambiaría nuestra respuesta frente
a la vida?
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