jueves, 24 de septiembre de 2015

El observador, el protagonista y el espectador

“Conocemos cosas de los demás que ellos ignoran. Por el contrario, ellos saben de nosotros algo que tal vez no deberíamos ignorar. Es por eso que hemos de prestar atención en ambas direcciones si queremos evolucionar.”

Justo a tiempo. Unos instantes después, se apagaron las luces de la sala y nuestra atención se centró en la pantalla. Al mismo tiempo que escuchábamos una melodía,  la película se inició con un largo “travelling” de la cámara. Lentamente, frente a nuestros ojos, discurrieron uno tras otro los personajes y su relación con el entorno. Pequeños detalles que, aunque aparentemente carentes de importancia, más tarde formarían parte de las escenas más interesantes de lo que prometía ser un apasionante relato. Esta vez, el protagonista principal era un reportero gráfico que, tras sufrir un accidente, debía permanecer recluido en su apartamento. Apenas han transcurrido unos instantes, unas pocas líneas del guión, y para aquellos que aman el cine de suspense, es altamente probable que hayan reconocido el argumento. Es la secuencia inicial de la “La ventana indiscreta”. 

La elección de esta película no es casual. Nos va a servir para reconocer y entender la sutil diferencia que se produce en nosotros, durante aquellas escenas en las que nos identificamos con de actor de turno y aquellas otras que, como espectadores, al poseer una mayor información  sobre lo que sucede en ese mismo momento en la escena, deseamos de manera instintiva, modificar la conducta de aquel actor con el que nos hemos identificando. Una respuesta emocional que asume el espectador pero que no modifica el argumento. Déjenme darles un ejemplo. Desde su atalaya, el protagonista observa como transcurre la vida del barrio sin que él, aparentemente, pueda influir en ella. Sin embargo, acaba involucrándose y en determinados momentos de la trama, su vida llega a estar en peligro. En el transcurso de esas escenas…  cuando nos damos cuenta que el protagonista corre algún tipo de riesgo innecesario, ¿Quien no ha sentido en su interior el impulso de avisar instintivamente al “desvalido e incauto protagonista” de que… quien llama a su puerta, no es otro que el asesino que viene a matarle?  Es más, si el actor pudiera escucharnos, si realmente tuviera la información de la que disponemos nosotros, como espectadores, ¿Acaso no cambiaría su respuesta?

Quienes estén de acuerdo conmigo, convendrán que esta misma situación se reproduce a diario y de manera casi idéntica en la vida real. Sólo que esta vez los protagonistas, somos nosotros mismos. Como le sucede al personaje principal de la “Ventana Indiscreta” coincidimos con él en al menos dos cosas. La primera es que, nuestras limitaciones, condicionan nuestra libertad para actuar; la segunda, que nuestra participación en casi todo aquello que hacemos, responde al guión que nos ha tocado interpretar en esta vida.  Quiero llamar la atención en el hecho de que, como sucede con los actores en la película, también nosotros estamos siendo observados sin ser conscientes de ello. En nuestro caso, el observador está interiorizado y es parte de nuestro inconsciente. Tal vez por eso, no seamos de todo conscientes de que está ahí y sin embargo, mantenemos frecuentes diálogos con él.  Si escucháramos a aquel que, desde nuestro interior, nos observa,  ¿Acaso no cambiaría nuestra respuesta frente a la vida?

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