jueves, 26 de mayo de 2016

Conexiones...

“La única ocasión en la que un ser humano debería mirar a otro desde arriba es cuando le está ayudando a  incorporarse”.

Tenemos por costumbre el vicio de la comparación. No hablo de la envidia, a la que la religión considera un pecado capital, sino a usar a los otros como modelos de referencia para valorar nuestras circunstancias. Lo contrario también sucede. Cuando consciente o inconscientemente consideramos la labor de los demás, lo hacemos desde nuestra propia posición. Es decir, utilizamos nuestras habilidades y limitaciones, para valorar sus acciones. Esto es algo que normalmente pasa cuando discutimos con nuestros hijos más pequeños. Olvidamos agacharnos al hablar sin pensar que, para ellos, representamos verdaderos “gigantes” a los que es peligroso, cuando no imposible, desobedecer. 

En mi opinión, la vida ha puesto en el camino dificultades insalvables para algunos, que fácilmente otros, podrían considerar como simples contrariedades. Valorarlas o juzgarlas desde nuestra posición es un error que nos impide darnos cuenta del verdadero esfuerzo que hacen quienes carecen de esa habilidad.  Existen discapacidades y minusvalías de muy diversa índole. Es cierto, pero la discapacidad como tal, en algunos casos solo limita la respuesta. En ese sentido, la capacidad de cualquier ser humano para sentir, pensar o actuar, por disfuncional que nos parezca, siempre es relativa y proporcional a su propia limitación. Por eso, cualquier iniciativa que vaya dirigida a facilitar la integración en la sociedad de quien sufre una limitación, o una discapacidad,  debe ser reconocida, impulsada y sobre todo agradecida.

Existen algunos nombres que ilustran la conexión cuerpo mente. Alexander Lowen, usó la manipulación y la posición del cuerpo para hacer aflorar conflictos entre sus pacientes. Su maestro, Wilhelm Reich, dio a conocer la existencia de barreras psíquicas que impedían la libre circulación de la energía en el cuerpo y concluyó que “La psique de una persona y su musculatura voluntaria son funcionalmente equivalentes”. Sin embargo, anterior a ellos hubo un místico armenio que abrió la vía en ese campo. George Ivánovich Gurdjíeff  impulsó El Cuarto camino junto a Ouspenski e intuyó, a través de danzas tradicionales consideradas sagradas, su importancia para la superación de las adversidades. Esas danzas siguen siendo hoy en día, la base del crecimiento personal en muchos lugares de Latinoamérica. Música y movimiento, emoción y acción. Coordinación entre lo que se siente y cómo se expresa. 

Esto último pude verlo reflejado en la exposición que ayer tuve la ocasión de visitar. Un fotógrafo profesional, Josep Aznar, mostraba en sus instantáneas a un grupo de artistas poco habituales. Sobre el escenario y en plena representación, bailarines considerados por la sociedad como “diferentes”.  La expresión de satisfacción por la perfección alcanzada durante la actuación, la dignidad de su  saber estar y lo que para ellos representaba aquel momento, mostrando lo mejor de sí mismos, se reflejaban en unas composiciones llenas de sensibilidad, color y espontaneidad. Imágenes provocadoras que trascendían el orgullo de raza de quienes en ellas aparecían. Ellos, los del escenario, estuvieron allí y se emocionaron como yo. Al saberse protagonistas, coquetearon con sus pícaras sonrisas y se dejaron querer por los presentes. Al final, como tributo y en directo, otra bailarina les dedicó su arte y compartió con ellos aquel momento de gloria. Entre el público, Jannick Niort, una bailarina doctorada en psicología, sonreía con la satisfacción de quien lleva treinta años haciendo bien su trabajo. Jannick, es la autora material del “milagro”. Una labor que, afortunadamente, también se realiza en otras partes de mundo. Son conexiones que, como sucede con “el efecto mariposa”, no conocen de fronteras.

lunes, 16 de mayo de 2016

La vida y sus reflejos

“El espejo refleja los distintos personajes que se muestran a través de ti. Así pues, aprende a diferenciar entre ellos y tú”.  

Mientras el sol acude a su cita diaria con el horizonte, trato de relajarme.  Hoy ha sido un día lluvioso, gris, propicio para la reflexión. Desde mi ventana contemplo el pasaje y me doy cuenta que, real o imaginario, siempre está compuesto de los mismos elementos. Cielo, tierra y agua. No importa el lugar. El cielo es el telón de fondo; la tierra, el escenario en donde discurre a vida y, el agua, el espejo en el que se reflejan los otros dos. Podemos cambiar de continente, de país o de sociedad pero, ineludiblemente, encontraremos esos mismos elementos. Es más, en sus múltiples variables, siempre habrá algo en común que nos haga soñar. Cualquier detalle puede poner en marcha nuestra memoria, nuestra imaginación, para ver lo que normalmente no vemos y pensar en lo que  inconscientemente olvidamos.

En esa visión, los árboles, actores mudos en el escenario de la Naturaleza, nos muestran la permanencia de las cosas, su continuidad; los hombres, por el contrario, su temporalidad. Y es en esa temporalidad donde reside la importancia del ser humano. Él es quien, para bien o para mal, modifica el paisaje, su armonía. Lo embellece o lo empobrece con su  presencia y lo convierte, finalmente, en el paraíso o el infierno en el que vivimos. Eso nos hace responsables frente a quienes nos suceden. En ese sentido, tengo la sensación de que, aunque los buenos deseos forman parte de una gran mayoría de personas, solo un escaso número de ellas alcanzan la capacidad de influir en el devenir de la sociedad. Cuando eso es así, su luz, destaca sobre la gris normalidad de la rutina diaria.

Hoy he tenido la ocasión de conocer a Rubén Pabello Rojas,  jurista, académico, legislador, escritor, servidor público y comunicador social. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Xalapa (México), cursó estudios y un Doctorado en Derecho, en la Universidad de Almería (España). Octogenario, sigue en activo.  Su conocimiento del área social y su experiencia en el ámbito cultural de su país de origen es invaluable para quienes reconozcan en él, al polifacético profesional capaz de transmitir los valores de una ética personal que traspasa fronteras; que comparte raíces en ambos lados del Atlántico y que, más allá del personaje que representa, muestra al ser humano – al Humanista – que, por mérito propio, debe ser orgullo y referencia para todos nosotros. Sin embargo, lo que más me ha impresionado no ha sido su brillante pasado sino su vibrante presente. En su longeva existencia, aún caben los sueños y las ilusiones. Su capacidad de  trabajo, a pesar de la edad, es envidiable y su voluntad de vivir, una virtud de referencia para quienes no le encuentran sentido a la vida. Él es sin duda, un reflejo de su potencial.

Mi encuentro con él tuvo lugar durante la entrevista que concedió, en su vista a la BibiloMusiCineteca. Una asociación, multicultural y plurigeneracional, que promueve los lazos entre las culturas del mundo. En ese mismo espacio se reúnen, una vez al mes, los miembros del Club del Espejo. Así pues, estando próxima la realización de un nuevo encuentro, la presencia de tan extraordinario personaje, no podía ser ignorada. Él es sin duda, el mejor exponente del concepto que tratamos de divulgar. Por eso es un placer para mí, compartir una pequeña muestra de la entrevista que dio lugar a mi sincera admiración por tan ilustre visitante. Tras el placer de oír y ver al Doctor Rubén Pabello, estarán de acuerdo conmigo que: “El Espejo nunca miente; basta con identificar su reflejo”.


La entrevista entera puedes verla en la web de la BiblioMusCineteca

lunes, 9 de mayo de 2016

La soledad de muchos...

            “La peor soledad es aquella que se sufre en compañía de muchos. Cuando, rodeado de amigos, no te atreves a compartir tus pensamientos  por el temor a quedarte solo”.  
       
Es difícil ignorarlo. Me refiero a un cartel que suelo encontrar, con frecuencia en las paradas del transporte público de la ciudad en donde habito, y que llaman la atención sobre un problema concreto, de entre los muchos que azotan a la sociedad actual. A pesar de la elocuencia de la imagen, de la crudeza del problema y de la realidad a la que hace referencia, su presencia convertida ya en rutina, pasa muchas veces desapercibida para la ocupada multitud que la contempla: Una mujer, de edad indefinida que dejó atrás los sesenta hace algunos años, mira a través de los cristales de una ventana; su mirada, vacía de contenido, se pierde en el infinito tratando de encontrar una solución a su problema. En el pie de foto, un comentario: “Nunca pensé que, a mi edad, el mayor problema fuese la soledad”.  

La soledad, es algo que nos afecta cada día de manera más directa, con independencia de a qué generación se pertenezca. Cierto, que en la vejez la hace más evidente pero, no me negarán que, resulta paradójico que, con todos los medios de comunicación que tenemos a nuestra disposición, podamos sentir soledad. Pero la sentimos. Por diferentes motivos, pero… la sentimos y nos hace sufrir. Si no fuera así, nos detendríamos frente al susodicho cartel para darnos cuenta de que, también nosotros, miramos sin ver en realidad. Que, también nosotros, huimos de nuestros pensamientos y que, también nosotros, reclamamos el afecto de los demás. Quizás por eso, por no querernos ver reflejados en ese anuncio, pasamos con prisas y sin detenernos. No somos indiferentes a lo que trata de comunicarnos y tal vez por eso, lo ignoramos. Ocupados como estamos, en atender las actualizaciones de nuestra cuenta en las redes sociales, contestar al teléfono y sobrevivir a la jornada laboral, apenas nos queda tiempo para dirigir la atención hacia nosotros mismos. Inconscientemente, depositamos en los demás la tarea de apuntalar nuestros valores. Por eso, acostumbrados a recibir de los demás las caricias y la atención que creemos merecernos, sufrimos cuando éstas escasean.

Soy de los que creo que, las casualidades, no existen. C.Gustav Jung habló de sincronías; de hechos aislados que sin aparente relación coinciden o desencadenan relaciones que nos afectan en particular sin mediar en ello causalidad.  Esta mañana, estaba frente a esa imagen explícita de la soledad justo en el momento de recibir la llamada de una amiga. Alguien, a quien admiro por su trayectoria como persona y por su labor profesional como escritora. El motivo de su llamada era porque estaba triste - Se sentía sola - necesitaba decirme que, por fin, había terminado de escribir su libro; que, finamente, tras dos años de negociaciones, había firmado el acuerdo de divorcio y que en ese mismo momento, conseguido sus objetivos, su orgullo había cedido el paso a un inquietante vacío interior que se agrandaba, por instantes, ante el recuerdo de la muerte de su madre, hace apenas un año. 

Escuché sus argumentos y, por un instante,  me imaginé que quien me hablaba era la mujer anónima del cartel. Y hubiera podido ser. Solo que mi amiga, era mucho más joven y había tenido la valentía de llamar a un amigo para que la escuchara. Quiero pensar que, la soledad es una pausa forzada entre dos acontecimientos; aquel, que ha dejado de motivarnos y el siguiente… ese al que aún no le hemos encontrado su sentido.

viernes, 29 de abril de 2016

La utopía como objetivo

“Ayer soñé que veía a Dios y que Dios me hablaba; y soñé que Dios me oía…      Después, soñé que soñaba”.                                              Antonio Machado

A veces, la voluntad del hombre se trunca a pesar de sus más fervientes deseos. Como dice un conocido refrán español, “El hombre propone y Dios… dispone”. Han sido tres semanas que he faltado a la cita con mis lectores y no quisiera eludir mi responsabilidad ante ese silencio vital. Esta situación poco usual en mí - provocada por una crisis de argumentos y unas circunstancias adversas en lo personal - me ha dado a conocer lo absurdo e ineficaz que a veces resulta el humano esfuerzo, cuando las musas de la creatividad se enemistan con la voluntad de aquel que “quiere… pero no puede”. Por eso mismo, a todos aquellos que han accedido al blog durante estas semanas, por el respeto que se merecen y por haber defraudado sus expectativas, les pido disculpas.

Dicho lo anterior, me gustaría mencionar que, en el último encuentro del Club de Espejo tratamos un tema fascinante y, para mí, desconcertante. La Utopía. Una palabra, acuñada por Tomas Moro en el año 1516, que daba nombre a una isla paradisíaca que enmendaba los problemas habituales de la rígida sociedad  a la que el autor pertenecía. Sin embargo, no fue el primero en pensar en un mundo ideal. Platón ya lo había hecho en la Grecia antigua, cuando escribió “La República”. Es más, en mi opinión, si tomamos como referencia la historia, todas las grandes conquistas de la humanidad han perseguido, y persiguen aún hoy, encontrar ese paraíso perdido. Un espacio mítico y sagrado que cualquier religión ubica más allá de lo terrenal y que, de manera más prosaica, los humanos han tratado de situarlo en algunas localizaciones como la Atlántida, la Lemuria o Agharta. Por desgracia, las expectativas quedaron agotadas en la infructuosa búsqueda de la ciudad de "El Dorado" que, los conquistadores españoles, hicieron cuando descubrieron América.

Tal vez por eso, Utopía, abandonó su raíz espacial y se transmutó en un concepto. En este sentido, la utopía podemos considerarla como un modo optimista de concebir cómo nos gustaría que fuera el mundo y las cosas. Esa carga ideológica, nos ofrece también una base para formular y diseñar sistemas de vida alternativos, más justos, coherentes y éticos. Una consecuencia de ello, es que se ha hecho extensiva a distintas áreas de la vida humana, y podemos hablar de utopía económica, política, social, religiosa, educativa o tecnológica. La utopía como tal, acoge como esencial lo excelso y lo sitúa frente a lo vital. Se convierte en inalcanzable al relacionarse con el futuro, y se muestra como un fruto de la intuición, más que como un producto lógico de la mente consciente. Al situarlo en el futuro, temporalmente escapa a nuestro control pero nos condiciona con la idea de alcanzarlo. Y he aquí, mi confusión…

Si los grandes “gurús” de la autoayuda precisan que la forma óptima de vivir es en “aquí y ahora”, (lo cual excluye explícitamente el futuro)… Si la única forma de ser feliz es no desear, (pero es imposible no imaginar un mundo mejor aunque represente una utopía), la realidad, nos deja huérfanos de ilusión para enfrentarnos a nuestro devenir.  Es por eso que, asumiendo mis propias conclusiones, prefiero pensar que, la utopía,  es una extensión del alma que mora en el inconsciente colectivo y que, como si un reflejo de nuestro cerebro se tratara, representa el hemisferio contrario a aquel en el que mora la esperanza. La utopía nos sugiere el camino, mientras la esperanza nos permite avanzar por la senda de la vida hasta que, finamente, alcanzamos nuestro destino. Algo fácil de entender, cuando escuchamos a Juan Manuel Serrat interpretando los versos de Antonio Machado.

lunes, 4 de abril de 2016

No conviene romper el espejo

“Por muy lentamente que os parezca que pasan las horas, os parecerán cortas si pensáis que nunca más han de volverá pasar”.                           Aldous Huxley

La sabiduría popular nos dice que “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. A mi entender, estas palabras son un homenaje a la experiencia, cuando ésta se convierte en conocimiento; especialmente, en aquellas personas que hoy profesan  la condición de “memoria viva” de un tiempo pasado. Un tiempo, que acostumbra a emplearse con excesiva generosidad de joven  y que, al llegar a la “tercera edad”, se añora precisamente por su presumible escasez. Así pues, desde tiempos pretéritos, encontrar  “La fuente de la eterna juventud”, junto a la conversión del plomo en oro, fue uno de los objetivos principales los alquimistas durante la Edad Media y, aún hoy, representa un reto en la agenda de los actuales científicos; lo de convertir el plomo en oro…  parece ser que llegó a ser posible pero nunca rentable.

Lo anterior viene a cuento porque, recientemente, he tenido ocasión de visitar una exposición que exploraba algunas tendencias sobre el futuro de nuestra especie. “+Humanos” es el nombre de la muestra. En su interior, pude ver técnicas de reproducción asistida, robótica, biología sintética, e incluso, la posibilidad de perpetuarse mediante técnicas de digitalización. Debo decir que quedé impresionado y algo confuso. Me llamó la atención que, entre los diferentes proyectos expuestos, estuviera la posibilidad de prolongar la vida hasta los ciento cincuenta años. De conseguirse, su realidad encierra la duda terrible de que, lejos de llegar a ser un beneficio para la humanidad, se convierta en una amenaza para nuestro planeta. Por eso, cada día es más importante fijar los límites éticos y legales sobre las posibles consecuencias de estos planteamientos. 

En mi opinión, aún aceptado esta longevidad de forma pragmática, cabe preguntase por las dificultades que resultarían de la relación y convivencia de seis generaciones en un mismo espacio- tiempo. Eso, sin mencionar como afectaría a la gestión y explotación de  los recursos de una Tierra ya sobre saturada actualmente. Doy por hecho que pertenece a la juventud, en su rebeldía, aventurar nuevas hipótesis, derrochar confianza hacia un mundo distinto y avanzar por aquellos caminos inexplorados. Es normal que, la vitalidad inagotable que nutre cada nueva generación, haga que ésta vuele sobre el terreno desconocido sin apenas esfuerzo. Por el contrario, quienes han recorrido ya gran parte del camino, avanzan con la prudencia que les dicta la experiencia de sus múltiples intentos fallidos. Saben que, más que llegar primero, es importante llegar en condiciones que les permita saborear lo vivido, lo experimentado. 

El relevo generacional es consecuencia de la misma existencia y, en ese sentido, la evolución como tal, siempre tiene prisa por alcanzar lo más inalcanzable de la utopía. Quizás es por eso que, mientras el joven reniega de la esclavitud del tiempo, el viejo desea prolongar su estancia en él. Mientras el joven sueña, el adulto permanece insomne en su madurez. Dos versiones de una única realidad, en la que el tiempo siempre juega a favor del último en llegar. El futuro, por encima de cualquier consideración, pertenece a quien lo imagina, a quien puede alcanzarlo. A nosotros, en nuestra madurez, nos corresponde la responsabilidad de lo que soñamos en su día. En lo relativo al presente, sería deseable que unos y otros nos mirarnos en el mismo espejo. Compartiéramos su reflejo, en lugar de romperlo. Trae mala suerte.

domingo, 27 de marzo de 2016

Sobre el terreno

“En la confrontación, elegir el terreno es prioritario, pero no suficiente. Es necesario saber moverte por él  ya que, bien aprovechado, será tu mejor aliado; mal provechado, tu peor enemigo”.

Aunque parezca fuera de lugar en un blog que, como éste, trata de las reglas que acompañan a la vida, este principio ampliamente utilizado por Alejandro Magno, Napoleón, Rommel o el mismo Mao, es vital a la hora de conducir nuestras relaciones con los demás. La negociación, precede siempre a la decisión. No importa si es con los hijos, la pareja, un proveedor o el mismísimo jefe. Se negocia cuando se tienen dudas, cuando la diferencia de criterio te condiciona, o simplemente, cuando quieres llegar a un acuerdo con los demás sobre un tema concreto. Es un hecho admisible que, aunque parezca un disparate, el motivo oculto de una comida de negocios no es agasajar a nuestro cliente o proveedor, sino situar el diálogo en un espacio, aparentemente neutro, que facilite el intercambio de argumentos y  nos permita cumplir  con nuestro objetivo.

Llevado lo anterior a una situación más personal, tal vez estaréis de acuerdo conmigo que sucede lo mismo cuando queremos que alguien de nuestra familia acceda a nuestras demandas. La cocina, el salón o el dormitorio, son terrenos que ofrecen diferentes oportunidades y sugieren a su vez, ventajas o desventajas según sea el tema a tratar. En ese sentido, los psicólogos aconsejan que, cuando se trata de la pareja,  nunca se debe dirimir las diferencias en el dormitorio. Sin embargo, no pocos, hemos caído en la trampa y así nos va. En mi opinión, cuando identificamos el terreno como un lugar físico, la cosa parece estar clara. Pero, no lo está tanto, cuando el terreno es intangible. Es decir, cuando el "terreno "por el vamos a movernos, es el tema de la discusión. En ese sentido, conocer el terreno es dominar aquello de lo que vamos a tratar, anticiparse las posibles objeciones del otro, y construir argumentos que nos sitúen siempre en una posición de ventaja para alcanzar nuestro objetivo. Metafóricamente, podríamos comparar la forma y los accidentes  del terreno con los puntos fuertes o débiles que nos ofrece el tema del que vamos a hablar. El uso que hagamos en nuestro favor de los primeros, junto a la identificación de los segundos en el argumento del otro, pueden ser definitivos para obtener aquello que deseamos.

Las posiciones en una negociación nunca son fijas y como en cualquier confrontación, ofrecen alternativas para ambas partes. No solo deberemos situarnos correctamente en el "terreno" sino que deberemos aprender a movernos por él. Es decir, si deseamos conseguir nuestro objetivo, es importante elegir la vía que permita llegar a él, con el menor desgaste posible. Para ello, debemos protegernos de los argumentos contrarios, mientras avanzamos en los nuestros. Estratégicamente, existen dos elementos en cualquier “terreno” que podemos utilizar; aquellos que nos ocultan a las vistas de nuestro oponente y aquellos que, además de ocultarnos, nos protegen de sus acciones. En el caso de una negociación, los primeros sirven para fijar nuestra posición y aproximarnos al objetivo; los segundos, para que nuestro oponente acepte nuestras conclusiones como suyas. En terapia, Giorgio Nardone llama a los primeros, “la ilusión de las alternativas”. Respecto a las segundas, F. F. Coppola, puso en boca de Marlon Brando una contundente sentencia que, en su primera interpretación de Vito Corleone, no dejaba lugar a dudas:  “Voy a hacerte una oferta, que no podrás rechazar…”

martes, 8 de marzo de 2016

En busca del tiempo perdido

“No me arrepiento de mi pasado, pero sí del tiempo perdido con las personas equivocadas”

Los primeros fenómenos que acapararon la atención de la raza humana, fueron los producidos por el efecto del sol y la luna. Noche y día; frío y calor. El orto y el ocaso, se convirtieron en referencias para medir el tiempo y los primeros en percatarse de la importancia de estos ciclos sobre la Naturaleza se erigieron en líderes destacados de sus respectivos colectivos. Culturas como la babilónica en valle del Tigris, la egipcia en el delta del Nilo y la azteca en Mesoamérica, diseñaron calendarios que calculaban la posición de los astros de manera tan precisa que, aun hoy, causa asombro. Según fuera su función y el astro de referencia, los había solares o lunares, civiles o religiosos. Las coincidencias entre ellos resultan  asombrosas e incluso se ha especulado con la posibilidad de un único origen. En ese sentido, antropólogos y arqueólogos, mantienen discrepancias significativas que varían según sean las fuentes consultadas.

El calendario actual, conocido como gregoriano y de uso en la mayoría de países desarrollados, no es sino una modificación del juliano romano, heredado del griego cuya características principales fueron determinadas por los sacerdotes del imperio babilónico. Fueron también estos últimos, quienes usaron la circunferencia como base para representar la conversión espacio-tiempo, es decir, días en grados. Siendo la duración de un año solar de 365,24 días, su representación geométrica siempre ha dado dificultades. Tampoco los ciclos sinódicos lunares de  29 días se ciñen matemáticamente a esa relación. Así pues, cada civilización, creó sus propios ajustes dando lugar a días específicos, cuya actividad estaba reservada a la meditación, el recogimiento y la preparación de un nuevo ciclo. Con ello reconocían la importancia de los ciclos naturales y se aseguraban la adaptación de la vida social respecto a la Naturaleza que les circundaba.

En la actualidad, no precisamos saber leer las estrellas ni predecir los eclipses en nuestra vida cotidiana. Nos es suficiente con leer las noticias o consultar el reloj. De las variaciones atmosféricas, se encargan los satélites. El tiempo ha pasado a ser una cuestión mecánica y no somos verdaderamente conscientes de su importancia hasta que, por un motivo u otro, tenemos la sensación de que no lo controlamos. Lo hemos convertido en un valor y lo usamos como moneda de cambio al recordar aquello de que “el tiempo es oro”. Su gestión ha dado lugar a diferenciar, lo urgente de lo importante, lo inmediato de aquello que puede esperar. Del quiero por el debo. En el libro, “El octavo pecado capital” de Eduardo Terrero, se menciona a la prisa como un elemento nuevo que añadir a los anteriores vicios del ser humano.  No es desacertado considerarlo así.

La globalización, nos obliga a coordinar cualquier acción que queramos realizar, en un mundo que no descansa. Consecuentemente, nuestro reloj biológico se desajusta al transitar por los husos horarios, cuando viajamos a través de los continentes.Usamos todo el tiempo disponible para mejorar la producción, la comunicación o la economía. Por lo tanto, ya no es posible perder el tiempo si se quieren cumplir los objetivos. Sin embargo, cuando nos hacemos conscientes, nos damos cuenta de que, con las prisas, se nos olvidan cosas, actuamos como autómatas y nos cuesta permanecer atentos.  Solo cuando la tensión y el estrés nos obligan a tomarnos un descanso, reaccionamos y nos proponemos, una y otra vez sin conseguirlo, recuperar el tiempo perdido. Deberíamos preguntarnos, en comparación con las antiguas civilizaciones, si es asumible el precio que pagamos por no respetar los ciclos naturales y biológicos.

martes, 1 de marzo de 2016

La caja de herramientas

“En el medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida”.   Dante (Infierno)

De manera cíclica sucede que, independientemente de las circunstancias políticas, sociales e incluso económicas que nos envuelven, entramos sin apenas darnos cuenta en etapas de duda y confrontación con nuestros propios sentimientos. Todos hemos oído hablar de la crisis de la mitad de la vida - la de los cuarenta – sin embargo, no fue la primera y de seguir viviendo tampoco es la última ya que, a ésta,  le suceden otras.  Son consustanciales al desarrollo de la persona y su número es proporcional al tiempo que permanecemos con vida. Un viejo proverbio nos recuerda que, “sólo se llega a viejo, cumpliendo años…”, ysuperando las correspondientes crisis, añadiría yo.

Entre el nacimiento y la muerte, está la vida. Ni pedimos lo primero ni deseamos lo segundo, aun así, desde que llegamos a este mundo nos vemos impulsados a permanecer en este espacio-tiempo que nos obliga a decidir continuamente. La dificultad reside en que, cualquier decisión, conlleva la aceptación de una de las alternativas dejando en el “limbo” la contraría. Y lo hacemos en base a unas preferencias y unas referencias, adquiridas previamente. Es decir, difícilmente podemos escoger el color blanco, sin considerar o reconocer su contrario, el negro. En ese sentido, cada decisión es una pérdida a la vez que una nueva referencia para futuras decisiones. La tradición y la filosofía nos alertan sobre la consideración de que, en sí mismas, las   circunstancias a las que nos enfrentamos no son, ni buenas ni malas. Llegan a ser lo uno o lo otro, en consideración a los resultados obtenidos, o lo que es igual, a cómo nos afecta el experimentarlas. Y es ahí… donde se gesta la crisis.

A mi entender, al nacer traemos con nosotros una pequeña caja de herramientas que vamos ampliando con el tiempo y que nos sirve para construir nuestra personalidad. Es evidente que, en nuestros primeros pasos, adquirimos la habilidad de manejar dichas herramientas por imitación, al ver a nuestros padres, o por conocimiento a través de ellos. En ese sentido, las crisis, nos obligan a revisar nuestra caja de herramientas. Cómo sucede en cualquier construcción, los problemas que surgen deben resolverse para poder continuar la obra. En un principio, recurrimos a las herramientas con las que hemos alcanzado cierta eficacia pero sucede que, cuando se muestran inoperantes, nos vemos obligados a adquirir nuevas o modificar las que tenemos. La dificultad estriba en que, en la decisión, interviene las habilidades adquiridas desde pequeños y los criterios aprendidos de nuestros padres cuando empezamos a usarlas, por primera vez. Ese conjunto de herramientas son, nuestros valores y creencias.

Las crisis suceden cuando nos vemos desorientados o impotentes para tomar una decisión en base a lo que conocemos. La solución al problema, casi siempre, requiere de un cambio en nuestra forma de actuar, sentir o pensar. Es por ello que, a menudo resultan dolorosas. Se trata de abandonar lo conocido y, algunas veces, de reconocer que, lo que en otro tiempo descartamos o enviamos al “limbo”, ahora, podría formar parte de la solución. Hace tiempo que dejamos el punto de partida y, por supuesto, desconocemos lo que nos queda por recorrer. Las crisis, no son sino una parada técnica  para reabastecer nuestra caja de herramientas. Una introspección, que necesitamos para acabar de construir aquello que nos pusimos como objetivo al nacer: Conocer nuestra verdadera identidad.


lunes, 22 de febrero de 2016

Héroes, a pesar de todo


“El deseo de querer saber más nos hizo huir de Dios.  Sin embargo, en este momento, huimos de nosotros mismos para evitar saber más”.


 Hoy, más que nunca, el mundo está lleno de superhéroes y sin embargo, la sensación de desamparo que nos embarga es cada día mayor. Sobran líderes y falta liderazgo.  Esto, me recuerda  una anécdota que alguien me contó de pequeño:   Viendo correr a una multitud frente a él, e intuyendo en la acción una prudente decisión de huída ante un cierto peligro, Vicente, se unió al colectivo. Cuando, llevaba un buen trecho corriendo y se había situado en cabeza del grupo, le preguntó al único compañero capaz de seguir a su lado ¿Sabes acaso, de qué estamos huyendo? A lo que el sufrido corredor, jadeando por el esfuerzo realizado hasta aquel instante, contestó  ¡No lo sé, pero no quiero quedarme atrás! 
 
En una carrera, se elogia  al primero,  mientras el segundo, a diferencia del tercero, sufre doblemente por su derrota. En primer lugar, por no haber ganado; en segundo lugar, porqué quizás con un poco más de… lo hubiera conseguido. El vencedor compensa su esfuerzo con el triunfo. En cambio, el segundo se culpabiliza por su derrota mientras, el resto, se entrena para llegar a ser, algún día, uno de los dos. Más alto, más fuerte, más rápido. La vida es actualmente la expresión del signo “más” - no como valor positivo - sino como cruz simbólica que acarreamos continuamente sobre nuestros hombros. Basta con ver cualquier programa de televisión. Se busca lo excepcional. Al superhéroe. Alguien capaz de hacer lo imposible sin morir en el empeño y sin darse cuenta que, su hazaña, será utilizada, consciente o inconscientemente, por la propia sociedad para subir el listón de las mínimas aptitudes necesarias, con las que poder triunfar. La necesidad de triunfar o estar entre los primeros, ha contaminado de insatisfacción a toda una generación que confunde reconocimiento con popularidad. Éxito con capacidad económica y necesidad con deseo. En definitiva, ser con tener. 

Sin embargo, nadie debería culpabilizarles por ello. Faltos de liderazgo moral y confundidos en su ética por el ejemplo de quienes deberían representar los valores sociales, no es de extrañar que algunos de los personajes de la generación actual, para combatir su frustración,  ocupen su tiempo en cuestiones triviales, es decir, sin causa aparente. Desposeídos del sentimiento básico de confianza necesario para resistir los embates de la vida, quienes, en su rebeldía se enfrentan a status quo, lo hacen bajo la presión de responder a las reglas del mercado. Es decir, Más por menos, Mayor disponibilidad y mejor preparación,  por menos ingresos. Imposibilitados para controlar las causas que condicionan su verdadera valía, los obligamos a convertirse en héroes que, carentes de otra referencia, buscan la perfección como única vía de  alcanzar la seguridad en sí mismos. Lamentablemente, el perfeccionista, aún cuando consigue el objetivo  se siente insatisfecho, ya que sabe que como tal, la perfección no existe y eso le hace sentirse débil. Ídolos con los pies de barro, a quienes obligamos a superar un camino plagado de obstáculos que, con el tiempo, devorará o hará enloquecer, a quien no pueda alejarse de él. 


domingo, 14 de febrero de 2016

Jugando al gato y el ratón

"El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes".                                                     Winston Churchill

Permitirme que me sirva de este conocido cuento para documentar el hecho de que el individuo, a pesar de los avances tecnológicos actuales,  continúa siendo el eslabón más débil de la sociedad. Ese mismo ciudadano, cuyo bienestar debería ser el objetivo final de cualquier política, el beneficiario final de una economía de Estado y el más preciado componente de una cultura, no es sino el medio a través del que se justifican y enriquecen quienes más deberían tenerlo en cuenta. A mi entender:

Cuando la comisión de expertos se reunió para evaluar de qué manera podían evitar el peligro que, para los miembros de la comunidad de Ratón Ciudad, suponía el gato, decidieron, por unanimidad que la mejor solución era ponerle un cascabel con el fin de que sirviera de aviso a los más vulnerables. Lamentablemente, nunca se pusieron de acuerdo sobre a quién correspondía llevar a cabo tal acción, y por supuesto, nadie se presentó voluntario a la misión. Al no llegar a un consenso, el representante de la autoridad creyó oportuno regular la libre circulación de los ciudadanos para reducir el problema. Cambió los horarios de los comercios y mejoró la circulación vial Por supuesto, creó un departamento para controlar el cumplimiento de las nuevas normativas y cómo novedad, un servicio estadístico sobre los movimientos del felino. Ideas brillantes que, sin embargo, no hacían frente a la cuestión de fondo.

Decidió que la financiación sería a cargo de ciudadanos y comerciantes ya que, el problema, se suscitaba en el trayecto que separaba a los primeros de los segundos. Además, como era año de elecciones, decidió que pagaran solo los segundos. Los empresarios, para sufragar los costes, aumentaron el precio de venta de sus productos y, de paso, pidieron a la administración ventajas que permitieran la sostenibilidad de su negocio. No fue fácil, pero consiguieron el acuerdo. A todo esto, el representante de los damnificados, aireando su condición de víctima a través de los medios de comunicación, exigió la creación de un servicio de asistencia que atendiese a los ratones afectados. Con cada víctima, la presión sobre el funcionario aumentó. Éste, finalmente, financió el servicio con cargo a los empresarios y éstos, para poder mantener el negocio, aumentaron los precios. Mientras, el gato siguió haciendo presa de quienes, por imprudencia o temeridad, salían a la calle contraviniendo las más elementales normas de la prudencia Así las cosas, los ciudadanos de Ratón Ciudad, esperaron pacientemente a que, en las siguientes elecciones, alguien encontrase una solución menos gravosa… en vidas y en impuestos.

Todo ello viene a cuento porque, el otro día asistí a un Congreso en Barcelona sobre  “Juego Responsable”. A pesar de los diez años transcurridos desde su primera edición, las conclusiones a las que finalmente llegaron quienes en él habían participado continuaron siendo las mismas: “El juego patológico, es un problema conductual que debe ser tenido en cuenta por el drama humano que suscita en quien lo padece y sus allegados. Es necesario promover el juego responsable”. Cierto, yo también estoy de acuerdo. Sin embargo, si la conducta es una cuestión de educación y no de orden público, ¿Por qué es tan difícil encontrar pedagogos y educadores entre los asistentes al Congreso?



miércoles, 3 de febrero de 2016

Una última oportunidad

“No podemos eludir la crisis, tan solo podemos elegir de qué modo queremos reaccionar  frente a ella.”.

Él era un hombre de costumbres fijas que, desde que murió su mujer, vivía de forma austera. El trabajo se convirtió en su razón de ser y la hora de la comida en el restaurante, su única distracción. Hacía un año que ella no estaba. En ese tiempo, Damián se había vuelto sedentario. Tras el natural periodo de duelo, cada vez que se arreglaba para salir de casa, sucedía lo mismo. Empezaba aquel maldito dolor de cabeza. Sus ojos, parecían querer salirse de sus órbitas, mientras su cara iba adquiriendo, poco a poco, un color carmesí solo comparable al semáforo de la esquina.

Nunca llegó a cruzar el paso de peatones. De vuelta a casa, se quitaba la chaqueta y la corbata, se aflojaba la camisa y se sentaba en el sillón, hasta que los síntomas desaparecían. Finalmente acudió al médico. El doctor, con la sutileza del que sabe del sufrimiento que produce una mala noticia, había tratado de explicarle lo inexplicable. Las causas podían ser múltiples y la evolución difícil de concretar, por lo que, ante la imposibilidad de relacionar los síntomas con los protocolos establecidos, se sentía incapacitado para darle un diagnóstico. Si esa es la conclusión - “no augura nada bueno”- pensó Damián. Se sentía sin fuerzas y derrotado por el peso de la sin razón. Sin embargo, - “algo habrá que hacer…”- se dijo a sí mismo.

Como no tenía hijos, decidió darse una oportunidad. Años de austeridad y trabajo, bien podían financiarle unas buenas vacaciones. Se puso ropa cómoda y salió a la calle. Por primera vez en mucho tiempo superó el semáforo de la esquina y llegó a la agencia de viajes de la avenida. Le apetecía dar la vuelta al mundo y contrató los medios necesarios. También pensó que, para tan largo periplo, necesitaba ropa nueva. Se acercó a la sastrería más cercana y encargo varios trajes. También los complementos, los zapatos y las camisas. En esto último, tuvo alguna discrepancia con el vendedor que insistía en darle una talla mayor. Amablemente rehusó la propuesta.  Desde que murió su amada esposa, él se proveía de lo necesario y conocía bien sus medidas. Al terminar la compra, mientras Damián cruzaba el umbral de la tienda, el dependiente dijo en voz baja -“Estoy seguro que volverá”. El encargado asintió con la cabeza y razonó – “Se ha llevado un número menos de camisa. La sangre, a duras penas circulará por su cuello… se pondrá rojo como un tomate y le dolerá la cabeza”- Y lo que es peor, se lamentó el dependiente – “¡Dirá que no le hemos avisado!”.

A veces, de manera harto extraña, la vida utiliza la ironía y la paradoja para obligarnos a cambiar nuestro rumbo. Las personas, acostumbran a quedarse atascadas en sus opiniones y en las formas de conducta; es por eso, que les cuesta tanto evolucionar. Cuando la falta de flexibilidad agota nuestros recursos, las grandes crisis nos obligan a pensar diferente. Por eso, debemos permanecer atentos a las oportunidades que se nos ofrecen ya que, la solución, nunca se encuentra en el mismo nivel que se produjo el problema.  Así pues,  conviene desconfiar de lo evidente para poner toda nuestra atención en el verdadero origen del problema. 

martes, 26 de enero de 2016

De lo lógico a lo mágico

“La diferencia entre la tozudez y la constancia,  casi siempre coincide con el resultado. Si éste es el deseado, nos felicitan por nuestra confianza; por nuestra visión a largo plazo. Cuando no es así, nos acusan de no ver lo obvio, de ser obsesivos”.

 Habitual peregrino en otros tiempos del Camino de Santiago, tuve tiempo de darme cuenta de lo que la sabiduría popular es capaz de transmitir, sin afirmar o negar. Valga para ello el conocido dicho gallego que reza así. “Yo no creo en “meigas” (brujas) pero haberlas…”. Dejo a la sensibilidad del lector la respuesta, según sea  su propia creencia, no sin antes advertir que, lo que no puede ser explicado de forma lógica, ni analizado de manera racional por nuestra mente, puede entrar perfectamente en la regla “del tercero excluido” cuando, cómo en este caso, se refugia en sentir popular para hacer patente la posibilidad de su existencia.

Esta semana pasada, en el encuentro mensual del Club del Espejo, tuvimos la ocasión y el placer de contar con la presencia de un hombre cuya sencillez contradice la popularidad  de sus actos. Aurelio Mejías Mesa, es el autor de varios libros y el artífice de uno de los canales más visitados de Youtube. Un medio, en el que ha publicado cerca de dos mil doscientas grabaciones sobre hipnosis; elegidas de entre las más de diez mil realizadas a lo largo de su vida, reflejan las muchas percepciones que el ser humano tiene de sí mismo y de aquello que le afecta en su vida actual. La amistad personal que a él me une, hizo posible su presencia en el encuentro y, en justa correspondencia, mi asistencia a su seminario sobre hipnosis en Barcelona al día siguiente.

Los hay que confunden espectáculo con terapia, cuando se habla de la hipnosis.  Mientras que en el escenario se magnifica el histrionismo y la pérdida de voluntad del sujeto, en la clínica se dialoga con el paciente desde su propia percepción de los “hechos”. En el espectáculo, el protagonista es el hipnotizador y en la consulta lo es el paciente que, en un estado de trance y sin perder el control sobre sí mismo, entrega recuerdos que esclarecen el “porqué” de su consulta. Y es aquí donde aparece la magia, en ese recuerdo olvidado durante tanto tiempo y que trae consigo una emoción incorporada que, el paciente, vive en presente. Para llegar a ella, el hipnólogo ha debido vencer antes la resistencia psicológica que protege no solo ese recuerdo, sino también, la emoción que lo alimenta. En la regresión hipnótica lo mágico reside en el sentido común que utilizaba M. Erickson,  o utilizan  actualmente Armando Scharovky y Auelio Mejía.

Para practicar la hipnosis terapéutica son imprescindibles cualidades como la empatía y la escucha activa, pero sobretodo…  confianza y paciencia; y lógica, mucha lógica para convencer al paciente de lo inútil de ese sufrimiento. Poco importa si lo revelado por él, es realidad o imaginación. No es lo qué dice, sino cómo lo siente. Mientras, el niño interior de esa persona busca la magia del perdón, nosotros tratamos de convencer al adulto que es hoy, de que le permita hacerlo. En estos casos, lo mágico, depende de lo lógico.


Aurelio Mejía en el Club del Espejo

miércoles, 20 de enero de 2016

Puedo... pero ¿Quiero?

“En autoayuda querer es poder, y tal vez por eso, en la vida real, lo frecuente es que se den situaciones a la inversa”. 

Ambos habían terminado su jornada de trabajo. Llevaban casados cinco  años y aún no habían considerado tener descendencia. Mientras ella trataba de poner orden en la cocina, un trabajo previo siempre a la preparación de la cena, su marido, sentado en el sofá del salón, leía las noticias del día. En la televisión, podía verse y oírse un programa  en el que se debatía la importancia de la lactancia en la salud de un bebé. La cena, transcurrió como de costumbre. Acabado el ágape, él marido volvió al salón y ella a la cocina.  Media hora más tarde, desde el lugar donde se encontraba, ella elevó la voz y preguntó a su compañero - ¿Puedes sacar la basura? -  Como si fuera su propio eco, escuchó la respuesta que venía del salón - ¡Si querida! – Los minutos siguientes se hicieron eternos y, ante la pasividad de su marido, ella decidió tomar la iniciativa y sacar la basura por su cuenta. Ya de noche,  y justo antes de ir a dormir, él quiso saber el estado anímico de su mujer y pregunto, - ¿estás cansada? - a lo que ella respondió negativamente. Animado por la respuesta, tanteó la situación  - Que te parece, podríamos irnos pronto a la cama y hacer el amor... - ella contestó casi de inmediato, - ¡Claro que sí querido!- Llegado el momento, él tomo la iniciativa y acercándose amorosamente la abrazó. Al poco tiempo, y contrariado ante el frío recibimiento de su compañera, balbuceó - ¿No has dicho que podíamos hacer el amor?- a lo que ella respondió con ironía – ¡Cierto, Pero no me has preguntado si quería! - Él, de inmediato comprendió que no basta con poder, también es necesario querer. Al día siguiente, sacó la basura con la diligencia de un cadete de West Point. No obstante, su esperanza de verse recompensado, tardó varios días en llegar.

Esta escena, más habitual de lo deseable, resultaría cómica si no fuera por el dramatismo de la falta de comunicación que exhiben sus protagonistas.  Detrás de esta anécdota se esconde un “Juego de Poder”. Los juegos de poder son estrategias conscientes que ejercemos sobre los demás, cuando tratamos que hagan aquello que nosotros queremos o bien, a la inversa, cuando alguien trata de forzarnos a pensar o hacer algo que, en realidad, no deseamos. En su libro “Al otro lado del Poder”, Claude Steiner, además de definir este tipo de juegos, nos advierte que, estos “pueden ser físicos o psicológicos y que varían de burdos a sutiles. En cualquier caso, intentan crear cambios frente a la resistencia o resistencia frente a los cambios”.

En la mayoría de libros de autoayuda, podemos leer una máxima que condensa, en una sola frase, el camino hacia el éxito “Querer es poder”. En ese sentido, el coach también utiliza esa misma expresión para movilizar la voluntad de su cliente. El poder es siempre una posibilidad que debe realizarse, sin embargo, el querer necesita ser argumentado. Necesita de motivación Ello es así, porque es difícil forzar la voluntad, cuando se carece de motivo suficiente para hacerlo. En los juegos de poder, la motivación principal, es ejercer el control sobre el otro; en autoayuda, la verdadera y única motivación, es la continua superación de nuestras limitaciones.