Tomamos decisiones porque nos sentimos libres, y nos
sentimos libres, cuando podemos elegir. Es más, cuando no somos capaces de
tomar una decisión nos quedamos parados, bloqueados y por lo tanto, podríamos
significarlo como una falta de libertad. Por otro lado, cuando posponemos la
decisión, la dejamos para mañana, o bien decidimos no hacer nada, lo paradójico
es que aún no habiendo ejecutado la acción, tal vez nos sorprenda saber que sí hemos
tomado una decisión. Decidir es ejercer la voluntad, es querer y eso es una
muestra evidente de libertad. Podemos decidir que “no queremos eso”, pero no es
posible “no querer” cuando se elige. Una segunda cuestión es que nos planteemos
si al elegir, lo hacemos libremente.
Para ejercer la libertad de elección, en primer
lugar, debemos tener múltiples opciones y éstas, deben estar a nuestro alcance.
Es decir, no debemos tener limitadas las posibilidades de elección. El
siguiente paso, lo constituye el poder
deliberar sobre esas mismas posibilidades bajo la tutela aconsejable de la
prudencia. Respecto a esto último, no negaré que nuestra decisión puede verse
comprometida por las creencias limitantes que hayamos adquirido a lo largo de
nuestra vida. Sin embargo, aún siendo así, el hecho de poder elegir sería a mi
modo de entender, una muestra de libertad, de afirmación de la voluntad. Si por
algún motivo no fuera dueño de mis decisiones, es evidente que deberé buscar al
responsable de ellas.
A riesgo de parecer retórico, todo lo anterior era
necesario decirlo para reforzar la idea de que, si bien la libertad absoluta no
existe… puesto que no elegimos ni el
momento del nacimiento, ni el de nuestra muerte, gozamos de libertad suficiente
para decidir nuestro futuro. De otro modo, no podríamos aceptar la versión de
quien nos dice que nuestra vida nos pertenece y que, al tener libre albedrío, somos
dueños de nuestro destino. También existe quien sostiene lo contrario, son
aquellos que argumentan que la vida está determinada unívocamente por Dios o
aquellos otros que, como Leibniz, considera que nuestras decisiones están
determinadas por la obtención en cada momento de lo óptimo. Esto último, sería un
condicionamiento psicológico, pero no afectaría a acto propio de la decisión;
de ahí, la debida prudencia al elegir.
Tomamos continuamente decisiones y estas condicionan
nuestra vida. Eso es importante para entender que, aquellas razones que nos ha
traído hasta aquí, no tiene por qué ser
forzosamente las que nos sirvan para alcanzar el mañana. Podemos y debemos
cambiar aquello que nos impide avanzar. La razón última es alcanzar la
Felicidad y es por eso que debemos estar seguros que por difíciles que sean
nuestras condiciones, siempre podremos cambiarlas. Aún en cuestiones tan nimias
como el fumar, pero tan condicionantes para quien las sufre, deberíamos poder
decir siempre aquello de… “No gracias”. Si
no podemos, tal vez debamos cuestionarnos si en ese caso somos, realmente
libres.
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