domingo, 14 de febrero de 2016

Jugando al gato y el ratón

"El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes".                                                     Winston Churchill

Permitirme que me sirva de este conocido cuento para documentar el hecho de que el individuo, a pesar de los avances tecnológicos actuales,  continúa siendo el eslabón más débil de la sociedad. Ese mismo ciudadano, cuyo bienestar debería ser el objetivo final de cualquier política, el beneficiario final de una economía de Estado y el más preciado componente de una cultura, no es sino el medio a través del que se justifican y enriquecen quienes más deberían tenerlo en cuenta. A mi entender:

Cuando la comisión de expertos se reunió para evaluar de qué manera podían evitar el peligro que, para los miembros de la comunidad de Ratón Ciudad, suponía el gato, decidieron, por unanimidad que la mejor solución era ponerle un cascabel con el fin de que sirviera de aviso a los más vulnerables. Lamentablemente, nunca se pusieron de acuerdo sobre a quién correspondía llevar a cabo tal acción, y por supuesto, nadie se presentó voluntario a la misión. Al no llegar a un consenso, el representante de la autoridad creyó oportuno regular la libre circulación de los ciudadanos para reducir el problema. Cambió los horarios de los comercios y mejoró la circulación vial Por supuesto, creó un departamento para controlar el cumplimiento de las nuevas normativas y cómo novedad, un servicio estadístico sobre los movimientos del felino. Ideas brillantes que, sin embargo, no hacían frente a la cuestión de fondo.

Decidió que la financiación sería a cargo de ciudadanos y comerciantes ya que, el problema, se suscitaba en el trayecto que separaba a los primeros de los segundos. Además, como era año de elecciones, decidió que pagaran solo los segundos. Los empresarios, para sufragar los costes, aumentaron el precio de venta de sus productos y, de paso, pidieron a la administración ventajas que permitieran la sostenibilidad de su negocio. No fue fácil, pero consiguieron el acuerdo. A todo esto, el representante de los damnificados, aireando su condición de víctima a través de los medios de comunicación, exigió la creación de un servicio de asistencia que atendiese a los ratones afectados. Con cada víctima, la presión sobre el funcionario aumentó. Éste, finalmente, financió el servicio con cargo a los empresarios y éstos, para poder mantener el negocio, aumentaron los precios. Mientras, el gato siguió haciendo presa de quienes, por imprudencia o temeridad, salían a la calle contraviniendo las más elementales normas de la prudencia Así las cosas, los ciudadanos de Ratón Ciudad, esperaron pacientemente a que, en las siguientes elecciones, alguien encontrase una solución menos gravosa… en vidas y en impuestos.

Todo ello viene a cuento porque, el otro día asistí a un Congreso en Barcelona sobre  “Juego Responsable”. A pesar de los diez años transcurridos desde su primera edición, las conclusiones a las que finalmente llegaron quienes en él habían participado continuaron siendo las mismas: “El juego patológico, es un problema conductual que debe ser tenido en cuenta por el drama humano que suscita en quien lo padece y sus allegados. Es necesario promover el juego responsable”. Cierto, yo también estoy de acuerdo. Sin embargo, si la conducta es una cuestión de educación y no de orden público, ¿Por qué es tan difícil encontrar pedagogos y educadores entre los asistentes al Congreso?



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