“No podemos eludir la crisis, tan solo podemos
elegir de qué modo queremos reaccionar
frente a ella.”.
Él era un hombre de costumbres fijas que, desde que
murió su mujer, vivía de forma austera. El trabajo se convirtió en su razón de
ser y la hora de la comida en el restaurante, su única distracción. Hacía un
año que ella no estaba. En ese tiempo, Damián se había vuelto sedentario. Tras
el natural periodo de duelo, cada vez que se arreglaba para salir de casa,
sucedía lo mismo. Empezaba aquel maldito dolor de cabeza. Sus ojos, parecían
querer salirse de sus órbitas, mientras su cara iba adquiriendo, poco a poco,
un color carmesí solo comparable al semáforo de la esquina.
Nunca llegó a cruzar el paso de peatones. De vuelta
a casa, se quitaba la chaqueta y la corbata, se aflojaba la camisa y se sentaba en
el sillón, hasta que los síntomas desaparecían. Finalmente acudió al médico. El
doctor, con la sutileza del que sabe del sufrimiento que produce una mala
noticia, había tratado de explicarle lo inexplicable. Las causas podían ser
múltiples y la evolución difícil de concretar, por lo que, ante la
imposibilidad de relacionar los síntomas con los protocolos establecidos, se
sentía incapacitado para darle un diagnóstico. Si esa es la conclusión - “no augura nada bueno”- pensó Damián. Se
sentía sin fuerzas y derrotado por el peso de la sin razón. Sin embargo, - “algo
habrá que hacer…”- se dijo a sí mismo.
Como no tenía hijos, decidió darse una oportunidad.
Años de austeridad y trabajo, bien podían financiarle unas buenas vacaciones. Se
puso ropa cómoda y salió a la calle. Por primera vez en mucho tiempo superó el
semáforo de la esquina y llegó a la agencia de viajes de la avenida. Le
apetecía dar la vuelta al mundo y contrató los medios necesarios. También pensó
que, para tan largo periplo, necesitaba ropa nueva. Se acercó a la sastrería más
cercana y encargo varios trajes. También los complementos, los zapatos y las
camisas. En esto último, tuvo alguna discrepancia con el vendedor que insistía
en darle una talla mayor. Amablemente rehusó la propuesta. Desde que murió su amada esposa, él se
proveía de lo necesario y conocía bien sus medidas. Al terminar la compra, mientras
Damián cruzaba el umbral de la tienda, el dependiente dijo en voz baja -“Estoy
seguro que volverá”. El encargado asintió con la cabeza y razonó – “Se ha llevado un número menos de camisa. La
sangre, a duras penas circulará por su cuello… se pondrá rojo como un tomate y le
dolerá la cabeza”- Y lo que es peor, se lamentó el dependiente – “¡Dirá
que no le hemos avisado!”.
A veces, de manera harto extraña, la vida utiliza la
ironía y la paradoja para obligarnos a cambiar nuestro rumbo. Las personas,
acostumbran a quedarse atascadas en sus opiniones y en las formas de conducta; es
por eso, que les cuesta tanto evolucionar. Cuando la falta de flexibilidad agota nuestros recursos, las grandes crisis nos obligan a pensar diferente. Por
eso, debemos permanecer atentos a las oportunidades que se nos ofrecen ya que, la
solución, nunca se encuentra en el mismo nivel que se produjo el problema. Así pues, conviene desconfiar de lo evidente para poner
toda nuestra atención en el verdadero origen del problema.
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