"El
problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles
sino importantes". Winston Churchill
Permitirme que me sirva de este conocido cuento para
documentar el hecho de que el individuo, a pesar de los avances tecnológicos
actuales, continúa siendo el eslabón más
débil de la sociedad. Ese mismo ciudadano, cuyo bienestar debería ser el
objetivo final de cualquier política, el beneficiario final de una economía de
Estado y el más preciado componente de una cultura, no es sino el medio a
través del que se justifican y enriquecen quienes más deberían tenerlo en cuenta.
A mi entender:
Cuando la comisión de expertos se reunió para
evaluar de qué manera podían evitar el peligro que, para los miembros de la
comunidad de Ratón Ciudad, suponía el gato, decidieron, por unanimidad que la
mejor solución era ponerle un cascabel con el fin de que sirviera de aviso a los
más vulnerables. Lamentablemente, nunca se pusieron de acuerdo sobre a quién
correspondía llevar a cabo tal acción, y por supuesto, nadie se presentó voluntario
a la misión. Al no llegar a un consenso, el representante de la autoridad creyó
oportuno regular la libre circulación de los ciudadanos para reducir el
problema. Cambió los horarios de los comercios y mejoró la circulación vial Por
supuesto, creó un departamento para controlar el cumplimiento de las nuevas
normativas y cómo novedad, un servicio estadístico sobre los movimientos del
felino. Ideas brillantes que, sin embargo, no hacían frente a la cuestión de
fondo.
Decidió que la financiación sería a cargo de
ciudadanos y comerciantes ya que, el problema, se suscitaba en el trayecto que separaba
a los primeros de los segundos. Además, como era año de elecciones, decidió que
pagaran solo los segundos. Los empresarios, para sufragar los costes, aumentaron
el precio de venta de sus productos y, de paso, pidieron a la administración
ventajas que permitieran la sostenibilidad de su negocio. No fue fácil, pero
consiguieron el acuerdo. A todo esto, el representante de los damnificados, aireando
su condición de víctima a través de los medios de comunicación, exigió la
creación de un servicio de asistencia que atendiese a los ratones afectados. Con
cada víctima, la presión sobre el funcionario aumentó. Éste, finalmente, financió
el servicio con cargo a los empresarios y éstos, para poder mantener el
negocio, aumentaron los precios. Mientras, el gato siguió haciendo presa de
quienes, por imprudencia o temeridad, salían a la calle contraviniendo las más
elementales normas de la prudencia Así las cosas, los ciudadanos de Ratón
Ciudad, esperaron pacientemente a que, en las siguientes elecciones, alguien
encontrase una solución menos gravosa… en vidas y en impuestos.
Todo ello viene a cuento porque, el otro día asistí a un Congreso en Barcelona sobre “Juego Responsable”. A pesar de los diez años transcurridos desde su primera edición, las conclusiones a las que
finalmente llegaron quienes en él habían participado continuaron siendo las
mismas: “El juego patológico, es un problema conductual que debe ser
tenido en cuenta por el drama humano que suscita en quien lo padece y sus
allegados. Es necesario promover el juego responsable”. Cierto, yo también estoy de acuerdo. Sin embargo, si la
conducta es una cuestión de educación y no de orden público, ¿Por
qué es tan difícil encontrar pedagogos y educadores entre los asistentes al
Congreso?
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