”Valiente no es aquel que no tiene miedo,
sino aquel que, aún teniéndolo, lucha porque cree que hay cosas por las que merece la pena arriesgarse”.
Creo recordar, que existe una leyenda
Gnóstica sobre la lucha primigenia entre el bien y el mal que podría servir
para explicar nuestro devenir por la vida. La leí hace tiempo, en la
contraportada de un libro que no he conseguido encontrar a pesar de buscarlo
con insistencia, por lo que tendré que dar crédito a mi memoria. Dice más o
menos así, “Cuando se enfrentaron las huestes del arcángel San Gabriel con los
ejércitos de Lucifer, algunos ángeles indecisos permanecieron al margen.
Terminado el combate, todos aquellos que no habían tomado partido, fueron obligados
a permanecer en la Tierra hasta que
finalmente pudieran tomar una decisión”.
No sé qué pensaréis vosotros, pero en lo que
a mí respecta, esta metáfora, además de una bellísima narración, me ofrece un
argumento verosímil de la razón por la que deambulamos por esta vida, cargados de
dudas y contradicciones. Vendría a
confirmar que, si bien disponemos de libre albedrío para decidir, la
consecuencia inmediata es que, también venimos obligados a posicionarnos
continuamente. En las cosas más banales, el miedo a equivocarnos, nos impide decidir, tomar partido, cambiar aún
sabiendo que lo único constante en la vida, es el cambio. Nada permanece igual
con el paso del tiempo. Sin embargo, nos aferramos a lo conocido, a lo
conseguido, como si con ello pudiéramos parar el giro de esa rueda que, en
constante movimiento, nos remite una y otra vez, a una nueva bifurcación. Tal
vez, con diferente planteamiento, pero con la misma obligación de tener que
decidir, aquí y ahora, si queremos cambiar, avanzar. Salvador A. Carrión, autor de
varios libros de éxito sobre PNL (Programación Neurolingüística), nos da la
clave para entender nuestra posición. “Creer que se ha llegado, este es el
problema”.
Hasta cierto punto, es lógico. Para estar hoy
aquí, hemos tenido que recorrer un camino que no siempre ha sido fácil. El
esfuerzo realizado, el sufrimiento vivido, nos ha hecho pasar por alto que, a
cada paso que hemos tenido que dar, hemos generado nuevos recursos o bien, los hemos perfeccionado. En la peor de las
circunstancias, hemos conocido aquello que nunca hubiéramos debido hacer. Si
este fuera el caso, el pasado no podemos modificarlo, pero podemos aprender de
él. La mayoría de veces sin embargo, el miedo nos paraliza, nos bloquea y nos
negamos, a priori, la posibilidad de intentarlo de nuevo. El esfuerzo y la
incógnita que supone cualquier cambio, cualquier reto, nos asusta.
Con tal de no asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones, justificamos nuestras resistencias al cambio, convirtiendo el miedo en prudencia. Nos damos mil y un argumentos para evitar lo inevitable. Es así como funciona nuestro ego. Retrasamos o ignoramos aquello que, en el fondo, sabemos con certeza que forma parte de nuestra evolución. En lo que a mí respecta, tras una semana de imperdonable retraso en escribir este post, me aplico todo lo anterior y lo resumo en el popular refrán… “No dejes para mañana aquello que puedes hacer hoy”.
Con tal de no asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones, justificamos nuestras resistencias al cambio, convirtiendo el miedo en prudencia. Nos damos mil y un argumentos para evitar lo inevitable. Es así como funciona nuestro ego. Retrasamos o ignoramos aquello que, en el fondo, sabemos con certeza que forma parte de nuestra evolución. En lo que a mí respecta, tras una semana de imperdonable retraso en escribir este post, me aplico todo lo anterior y lo resumo en el popular refrán… “No dejes para mañana aquello que puedes hacer hoy”.
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