“Aquello que hoy rechazamos por no querer
enfrentarnos a ello, nos lo encontraremos más adelante en forma de destino”.
Carl Gustav Jung
Llevaban diez años sin verse y tenían mucho
de qué hablar. Pedro, vivía al otro lado del país y habían vuelto a su ciudad
natal para revisar unos documentos. Por su parte, Juan recordaba vagamente a
Pedro y sabía de su afición por la cerveza, por lo que quedaron en un conocido
bar de la ciudad para compartir sus vivencias. El tiempo pasó deprisa, y sin
darse cuenta, se encontraron con la noche. Juan estaba casado, hombre serio y
cabal, no quería llegar tarde a casa. No obstante, aún cayeron un par de
cervezas más mientras ambos razonaban sobre la necesidad de ser sinceros, aún a
costa de las consecuencias que, de ello, pudieran derivarse.
Los dos amigos, recorrieron las calles de la
ciudad, pobremente iluminadas, tratando de llegar lo antes posible a casa de
Juan. Con paso ligero aunque serpenteante por la cantidad ingerida de cerveza,
cambiaron de acera. En el otro lado de la calle había más luz. Por el camino, escucharon
el ruido de unas llaves al caer al suelo. Ambos se llevaron instintivamente las
manos al bolsillo del pantalón y ambos aceleraron el paso para llegar antes a
la acera iluminada. Una vez en ella, Juan, aprovechando el apoyo que le ofrecía
un farol cercano, se agachó y comenzó a andar a cuatro patas. A Pedro, el más
afectado por la bebida, aquello le pareció una excentricidad de su amigo. “Es
tarde para ponerse… a jugar, ahora”, dijo balbuceando. No estoy
jugando, le contestó Juan, estoy buscado mis llaves. Pedro, aún más desconcertado, informó a su
amigo que, de ser así, debería buscarlas en la otra acera. Juan, en un alarde
de sinceridad, contesto, “Tienes razón… pero aquí hay más luz y necesito
encontrarlas… no quisiera decirle a mi mujer que las he olvidado en la oficina”.
A pesar de que ambos buscaron las llaves bajo
la luz de aquel farol nunca las encontraron. Es más, al llegar a casa, la mujer
de Juan supo inmediatamente que éste, mentía. Equivocarnos es siempre posible;
lo patético, es tratar de disimularlo. Es necesario que nos responsabilicemos
de nuestros actos. Negar los hechos o manipularlos, no nos beneficia. Equivocadamente,
solemos convertir nuestros deseos en necesidades y nuestros pensamientos en
emociones; El resultado que obtenemos es angustiarnos, cuando no podemos
conseguirlos. Si, cuando nos mirarnos al espejo, no vemos “aquello que deberíamos ser”… inconscientemente, nos creamos estados
de ansiedad, depresión o culpa que, en lo referente a nuestra conducta, se
convierten en dependencia, inseguridad o indecisión. Lo mismo sucede cuando
suponemos el “cómo deberían ser los
otros” y por supuesto, “el cómo debería
ser la vida” que nos aleja siempre de la solución. Las cosas son como son y no como queremos que
sean por eso, aceptar las cosas como son, es el primer paso para aceptarnos a
nosotros mismos ya que, como dijo Epicteto, “No son las cosas las que nos
perturban, sino la visión que tenemos de las mismas”.
Espléndida metáfora estamos tan cargados del día a día que ni nosdamos cuenta de buscar las llaves en la otra acera la contaminación emocional pesa demasiado no pretendo buscar excusas sólo resumir realidades
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