
La sabiduría popular nos dice que “más
sabe el diablo por viejo, que por diablo”. A mi entender, estas palabras
son un homenaje a la experiencia, cuando ésta se convierte en conocimiento;
especialmente, en aquellas personas que hoy profesan la condición de “memoria
viva” de un tiempo pasado. Un tiempo, que acostumbra a emplearse con excesiva generosidad
de joven y que, al llegar a la “tercera
edad”, se añora precisamente por su presumible escasez. Así pues, desde tiempos
pretéritos, encontrar “La
fuente de la eterna juventud”, junto a la conversión del plomo en oro, fue
uno de los objetivos principales los alquimistas durante la Edad Media y, aún
hoy, representa un reto en la agenda de los actuales científicos; lo de
convertir el plomo en oro… parece ser
que llegó a ser posible pero nunca rentable.
Lo anterior viene a cuento porque, recientemente, he
tenido ocasión de visitar una exposición que exploraba algunas tendencias sobre
el futuro de nuestra especie. “+Humanos” es el nombre de la muestra.
En su interior, pude ver técnicas de reproducción asistida, robótica, biología
sintética, e incluso, la posibilidad de perpetuarse mediante técnicas de
digitalización. Debo decir que quedé impresionado y algo confuso. Me llamó la
atención que, entre los diferentes proyectos expuestos, estuviera la
posibilidad de prolongar la vida hasta los ciento cincuenta años. De
conseguirse, su realidad encierra la duda terrible de que, lejos de llegar a
ser un beneficio para la humanidad, se convierta en una amenaza para nuestro
planeta. Por eso, cada día es más importante fijar los límites éticos y legales
sobre las posibles consecuencias de estos planteamientos.
En mi opinión, aún
aceptado esta longevidad de forma pragmática, cabe preguntase por las dificultades que
resultarían de la relación y convivencia de seis generaciones en un mismo
espacio- tiempo. Eso, sin mencionar como afectaría a la gestión y explotación
de los recursos de una Tierra ya
sobre saturada actualmente. Doy por hecho que pertenece a la juventud, en su rebeldía, aventurar
nuevas hipótesis, derrochar confianza hacia un mundo distinto y avanzar por aquellos caminos inexplorados. Es normal que, la vitalidad inagotable que nutre cada
nueva generación, haga que ésta vuele sobre el terreno desconocido sin apenas esfuerzo. Por
el contrario, quienes han recorrido ya gran parte del camino, avanzan con la
prudencia que les dicta la experiencia de sus múltiples intentos fallidos. Saben
que, más que llegar primero, es importante llegar en condiciones que les
permita saborear lo vivido, lo experimentado.
El relevo generacional es consecuencia
de la misma existencia y, en ese sentido, la evolución como tal, siempre tiene
prisa por alcanzar lo más inalcanzable de la utopía. Quizás es por eso que, mientras el joven
reniega de la esclavitud del tiempo, el viejo desea prolongar su estancia en
él. Mientras el joven sueña, el adulto permanece insomne en su madurez. Dos versiones
de una única realidad, en la que el tiempo siempre juega a favor del último en
llegar. El futuro, por encima de cualquier consideración, pertenece a quien lo
imagina, a quien puede alcanzarlo. A nosotros, en nuestra madurez, nos
corresponde la responsabilidad de lo que soñamos en su día. En lo relativo al
presente, sería deseable que unos y otros nos mirarnos en el mismo espejo.
Compartiéramos su reflejo, en lugar de romperlo. Trae mala suerte.
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