“En el medio del camino de la vida, errante me
encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida”. Dante (Infierno)
De manera cíclica sucede que, independientemente de
las circunstancias políticas, sociales e incluso económicas que nos envuelven, entramos
sin apenas darnos cuenta en etapas de duda y confrontación con nuestros propios
sentimientos. Todos hemos oído hablar de la crisis de la mitad de la vida - la
de los cuarenta – sin embargo, no fue la primera y de seguir viviendo tampoco
es la última ya que, a ésta, le suceden otras.
Son consustanciales al desarrollo de la
persona y su número es proporcional al tiempo que permanecemos con vida. Un viejo
proverbio nos recuerda que, “sólo se llega a viejo, cumpliendo años…”, y… superando
las correspondientes crisis, añadiría yo.
Entre el nacimiento y la muerte, está la vida. Ni
pedimos lo primero ni deseamos lo segundo, aun así, desde que llegamos a
este mundo nos vemos impulsados a permanecer en este espacio-tiempo que nos
obliga a decidir continuamente. La dificultad reside en que, cualquier decisión,
conlleva la aceptación de una de las alternativas dejando en el “limbo” la
contraría. Y lo hacemos en base a unas preferencias y unas referencias, adquiridas
previamente. Es decir, difícilmente podemos escoger el color blanco, sin
considerar o reconocer su contrario, el negro. En ese sentido, cada decisión es
una pérdida a la vez que una nueva referencia para futuras decisiones. La
tradición y la filosofía nos alertan sobre la consideración de que, en sí mismas,
las circunstancias a las que nos enfrentamos no
son, ni buenas ni malas. Llegan a ser lo uno o lo otro, en consideración a los
resultados obtenidos, o lo que es igual, a cómo nos afecta el experimentarlas. Y es
ahí… donde se gesta la crisis.
A mi entender, al nacer traemos con nosotros una pequeña
caja de herramientas que vamos ampliando con el tiempo y que nos sirve para
construir nuestra personalidad. Es evidente que, en nuestros primeros pasos,
adquirimos la habilidad de manejar dichas herramientas por imitación, al ver a
nuestros padres, o por conocimiento a través de ellos. En ese sentido, las crisis,
nos obligan a revisar nuestra caja de herramientas. Cómo sucede en cualquier construcción,
los problemas que surgen deben resolverse para poder continuar la obra. En un principio,
recurrimos a las herramientas con las que hemos alcanzado cierta eficacia pero
sucede que, cuando se muestran inoperantes, nos vemos obligados a adquirir nuevas o modificar
las que tenemos. La dificultad estriba en que, en la decisión, interviene las
habilidades adquiridas desde pequeños y los criterios aprendidos de nuestros
padres cuando empezamos a usarlas, por primera vez. Ese conjunto de herramientas son, nuestros valores y
creencias.
Las crisis suceden cuando nos vemos desorientados o
impotentes para tomar una decisión en base a lo que conocemos. La solución al problema, casi siempre, requiere de un
cambio en nuestra forma de actuar, sentir o pensar. Es por ello que, a menudo
resultan dolorosas. Se trata de abandonar lo conocido y, algunas veces, de
reconocer que, lo que en otro tiempo descartamos o enviamos al “limbo”, ahora, podría
formar parte de la solución. Hace tiempo que dejamos el punto de partida y, por
supuesto, desconocemos lo que nos queda por recorrer. Las crisis, no son sino una
parada técnica para reabastecer nuestra
caja de herramientas. Una introspección, que necesitamos para acabar de construir
aquello que nos pusimos como objetivo al nacer: Conocer nuestra verdadera identidad.
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