“El deseo de querer saber más nos hizo huir de
Dios. Sin embargo, en este momento, huimos
de nosotros mismos para evitar saber más”.
Hoy, más que nunca, el mundo está lleno de
superhéroes y sin embargo, la sensación de desamparo que nos embarga es cada
día mayor. Sobran líderes y falta liderazgo. Esto, me recuerda una anécdota que alguien me contó de pequeño: Viendo
correr a una multitud frente a él, e intuyendo en la acción una prudente
decisión de huída ante un cierto peligro, Vicente, se unió al colectivo. Cuando,
llevaba un buen trecho corriendo y se había situado en cabeza del grupo, le
preguntó al único compañero capaz de seguir a su lado ¿Sabes acaso, de qué
estamos huyendo? A lo que el sufrido corredor, jadeando por el esfuerzo realizado
hasta aquel instante, contestó ¡No lo
sé, pero no quiero quedarme atrás!
En una carrera, se elogia al primero, mientras el segundo, a diferencia del tercero,
sufre doblemente por su derrota. En primer lugar, por no haber ganado; en
segundo lugar, porqué quizás con un poco más de… lo hubiera conseguido. El
vencedor compensa su esfuerzo con el triunfo. En cambio, el segundo se culpabiliza por su derrota mientras, el resto, se entrena para llegar a ser, algún día, uno de los dos. Más alto,
más fuerte, más rápido. La vida es actualmente la expresión del signo “más” -
no como valor positivo - sino como cruz simbólica que acarreamos continuamente
sobre nuestros hombros. Basta con ver cualquier programa de televisión. Se
busca lo excepcional. Al superhéroe. Alguien capaz de hacer lo imposible sin
morir en el empeño y sin darse cuenta que, su hazaña, será utilizada,
consciente o inconscientemente, por la propia sociedad para subir el listón de
las mínimas aptitudes necesarias, con las que poder triunfar. La necesidad de
triunfar o estar entre los primeros, ha contaminado de insatisfacción a toda una
generación que confunde reconocimiento con popularidad. Éxito con capacidad
económica y necesidad con deseo. En definitiva, ser con tener.
Sin embargo, nadie debería culpabilizarles por ello.
Faltos de liderazgo moral y confundidos en su ética por el ejemplo de quienes
deberían representar los valores sociales, no es de extrañar que algunos de los personajes de la generación actual, para combatir
su frustración, ocupen su tiempo en cuestiones
triviales, es decir, sin causa aparente. Desposeídos del sentimiento básico de confianza necesario para
resistir los embates de la vida, quienes, en su rebeldía se enfrentan a status quo, lo hacen bajo la presión de
responder a las reglas del mercado. Es decir, Más por menos, Mayor
disponibilidad y mejor preparación, por
menos ingresos. Imposibilitados para controlar las causas que condicionan su
verdadera valía, los obligamos a convertirse en héroes que, carentes de
otra referencia, buscan la perfección como única vía de alcanzar la seguridad en sí mismos. Lamentablemente, el perfeccionista, aún cuando consigue el objetivo se siente insatisfecho, ya que sabe que como
tal, la perfección no existe y eso le hace sentirse débil. Ídolos con los pies
de barro, a quienes obligamos a superar un camino plagado de obstáculos que, con
el tiempo, devorará o hará enloquecer, a quien no pueda alejarse de él.