domingo, 27 de marzo de 2016

Sobre el terreno

“En la confrontación, elegir el terreno es prioritario, pero no suficiente. Es necesario saber moverte por él  ya que, bien aprovechado, será tu mejor aliado; mal provechado, tu peor enemigo”.

Aunque parezca fuera de lugar en un blog que, como éste, trata de las reglas que acompañan a la vida, este principio ampliamente utilizado por Alejandro Magno, Napoleón, Rommel o el mismo Mao, es vital a la hora de conducir nuestras relaciones con los demás. La negociación, precede siempre a la decisión. No importa si es con los hijos, la pareja, un proveedor o el mismísimo jefe. Se negocia cuando se tienen dudas, cuando la diferencia de criterio te condiciona, o simplemente, cuando quieres llegar a un acuerdo con los demás sobre un tema concreto. Es un hecho admisible que, aunque parezca un disparate, el motivo oculto de una comida de negocios no es agasajar a nuestro cliente o proveedor, sino situar el diálogo en un espacio, aparentemente neutro, que facilite el intercambio de argumentos y  nos permita cumplir  con nuestro objetivo.

Llevado lo anterior a una situación más personal, tal vez estaréis de acuerdo conmigo que sucede lo mismo cuando queremos que alguien de nuestra familia acceda a nuestras demandas. La cocina, el salón o el dormitorio, son terrenos que ofrecen diferentes oportunidades y sugieren a su vez, ventajas o desventajas según sea el tema a tratar. En ese sentido, los psicólogos aconsejan que, cuando se trata de la pareja,  nunca se debe dirimir las diferencias en el dormitorio. Sin embargo, no pocos, hemos caído en la trampa y así nos va. En mi opinión, cuando identificamos el terreno como un lugar físico, la cosa parece estar clara. Pero, no lo está tanto, cuando el terreno es intangible. Es decir, cuando el "terreno "por el vamos a movernos, es el tema de la discusión. En ese sentido, conocer el terreno es dominar aquello de lo que vamos a tratar, anticiparse las posibles objeciones del otro, y construir argumentos que nos sitúen siempre en una posición de ventaja para alcanzar nuestro objetivo. Metafóricamente, podríamos comparar la forma y los accidentes  del terreno con los puntos fuertes o débiles que nos ofrece el tema del que vamos a hablar. El uso que hagamos en nuestro favor de los primeros, junto a la identificación de los segundos en el argumento del otro, pueden ser definitivos para obtener aquello que deseamos.

Las posiciones en una negociación nunca son fijas y como en cualquier confrontación, ofrecen alternativas para ambas partes. No solo deberemos situarnos correctamente en el "terreno" sino que deberemos aprender a movernos por él. Es decir, si deseamos conseguir nuestro objetivo, es importante elegir la vía que permita llegar a él, con el menor desgaste posible. Para ello, debemos protegernos de los argumentos contrarios, mientras avanzamos en los nuestros. Estratégicamente, existen dos elementos en cualquier “terreno” que podemos utilizar; aquellos que nos ocultan a las vistas de nuestro oponente y aquellos que, además de ocultarnos, nos protegen de sus acciones. En el caso de una negociación, los primeros sirven para fijar nuestra posición y aproximarnos al objetivo; los segundos, para que nuestro oponente acepte nuestras conclusiones como suyas. En terapia, Giorgio Nardone llama a los primeros, “la ilusión de las alternativas”. Respecto a las segundas, F. F. Coppola, puso en boca de Marlon Brando una contundente sentencia que, en su primera interpretación de Vito Corleone, no dejaba lugar a dudas:  “Voy a hacerte una oferta, que no podrás rechazar…”

martes, 8 de marzo de 2016

En busca del tiempo perdido

“No me arrepiento de mi pasado, pero sí del tiempo perdido con las personas equivocadas”

Los primeros fenómenos que acapararon la atención de la raza humana, fueron los producidos por el efecto del sol y la luna. Noche y día; frío y calor. El orto y el ocaso, se convirtieron en referencias para medir el tiempo y los primeros en percatarse de la importancia de estos ciclos sobre la Naturaleza se erigieron en líderes destacados de sus respectivos colectivos. Culturas como la babilónica en valle del Tigris, la egipcia en el delta del Nilo y la azteca en Mesoamérica, diseñaron calendarios que calculaban la posición de los astros de manera tan precisa que, aun hoy, causa asombro. Según fuera su función y el astro de referencia, los había solares o lunares, civiles o religiosos. Las coincidencias entre ellos resultan  asombrosas e incluso se ha especulado con la posibilidad de un único origen. En ese sentido, antropólogos y arqueólogos, mantienen discrepancias significativas que varían según sean las fuentes consultadas.

El calendario actual, conocido como gregoriano y de uso en la mayoría de países desarrollados, no es sino una modificación del juliano romano, heredado del griego cuya características principales fueron determinadas por los sacerdotes del imperio babilónico. Fueron también estos últimos, quienes usaron la circunferencia como base para representar la conversión espacio-tiempo, es decir, días en grados. Siendo la duración de un año solar de 365,24 días, su representación geométrica siempre ha dado dificultades. Tampoco los ciclos sinódicos lunares de  29 días se ciñen matemáticamente a esa relación. Así pues, cada civilización, creó sus propios ajustes dando lugar a días específicos, cuya actividad estaba reservada a la meditación, el recogimiento y la preparación de un nuevo ciclo. Con ello reconocían la importancia de los ciclos naturales y se aseguraban la adaptación de la vida social respecto a la Naturaleza que les circundaba.

En la actualidad, no precisamos saber leer las estrellas ni predecir los eclipses en nuestra vida cotidiana. Nos es suficiente con leer las noticias o consultar el reloj. De las variaciones atmosféricas, se encargan los satélites. El tiempo ha pasado a ser una cuestión mecánica y no somos verdaderamente conscientes de su importancia hasta que, por un motivo u otro, tenemos la sensación de que no lo controlamos. Lo hemos convertido en un valor y lo usamos como moneda de cambio al recordar aquello de que “el tiempo es oro”. Su gestión ha dado lugar a diferenciar, lo urgente de lo importante, lo inmediato de aquello que puede esperar. Del quiero por el debo. En el libro, “El octavo pecado capital” de Eduardo Terrero, se menciona a la prisa como un elemento nuevo que añadir a los anteriores vicios del ser humano.  No es desacertado considerarlo así.

La globalización, nos obliga a coordinar cualquier acción que queramos realizar, en un mundo que no descansa. Consecuentemente, nuestro reloj biológico se desajusta al transitar por los husos horarios, cuando viajamos a través de los continentes.Usamos todo el tiempo disponible para mejorar la producción, la comunicación o la economía. Por lo tanto, ya no es posible perder el tiempo si se quieren cumplir los objetivos. Sin embargo, cuando nos hacemos conscientes, nos damos cuenta de que, con las prisas, se nos olvidan cosas, actuamos como autómatas y nos cuesta permanecer atentos.  Solo cuando la tensión y el estrés nos obligan a tomarnos un descanso, reaccionamos y nos proponemos, una y otra vez sin conseguirlo, recuperar el tiempo perdido. Deberíamos preguntarnos, en comparación con las antiguas civilizaciones, si es asumible el precio que pagamos por no respetar los ciclos naturales y biológicos.

martes, 1 de marzo de 2016

La caja de herramientas

“En el medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida”.   Dante (Infierno)

De manera cíclica sucede que, independientemente de las circunstancias políticas, sociales e incluso económicas que nos envuelven, entramos sin apenas darnos cuenta en etapas de duda y confrontación con nuestros propios sentimientos. Todos hemos oído hablar de la crisis de la mitad de la vida - la de los cuarenta – sin embargo, no fue la primera y de seguir viviendo tampoco es la última ya que, a ésta,  le suceden otras.  Son consustanciales al desarrollo de la persona y su número es proporcional al tiempo que permanecemos con vida. Un viejo proverbio nos recuerda que, “sólo se llega a viejo, cumpliendo años…”, ysuperando las correspondientes crisis, añadiría yo.

Entre el nacimiento y la muerte, está la vida. Ni pedimos lo primero ni deseamos lo segundo, aun así, desde que llegamos a este mundo nos vemos impulsados a permanecer en este espacio-tiempo que nos obliga a decidir continuamente. La dificultad reside en que, cualquier decisión, conlleva la aceptación de una de las alternativas dejando en el “limbo” la contraría. Y lo hacemos en base a unas preferencias y unas referencias, adquiridas previamente. Es decir, difícilmente podemos escoger el color blanco, sin considerar o reconocer su contrario, el negro. En ese sentido, cada decisión es una pérdida a la vez que una nueva referencia para futuras decisiones. La tradición y la filosofía nos alertan sobre la consideración de que, en sí mismas, las   circunstancias a las que nos enfrentamos no son, ni buenas ni malas. Llegan a ser lo uno o lo otro, en consideración a los resultados obtenidos, o lo que es igual, a cómo nos afecta el experimentarlas. Y es ahí… donde se gesta la crisis.

A mi entender, al nacer traemos con nosotros una pequeña caja de herramientas que vamos ampliando con el tiempo y que nos sirve para construir nuestra personalidad. Es evidente que, en nuestros primeros pasos, adquirimos la habilidad de manejar dichas herramientas por imitación, al ver a nuestros padres, o por conocimiento a través de ellos. En ese sentido, las crisis, nos obligan a revisar nuestra caja de herramientas. Cómo sucede en cualquier construcción, los problemas que surgen deben resolverse para poder continuar la obra. En un principio, recurrimos a las herramientas con las que hemos alcanzado cierta eficacia pero sucede que, cuando se muestran inoperantes, nos vemos obligados a adquirir nuevas o modificar las que tenemos. La dificultad estriba en que, en la decisión, interviene las habilidades adquiridas desde pequeños y los criterios aprendidos de nuestros padres cuando empezamos a usarlas, por primera vez. Ese conjunto de herramientas son, nuestros valores y creencias.

Las crisis suceden cuando nos vemos desorientados o impotentes para tomar una decisión en base a lo que conocemos. La solución al problema, casi siempre, requiere de un cambio en nuestra forma de actuar, sentir o pensar. Es por ello que, a menudo resultan dolorosas. Se trata de abandonar lo conocido y, algunas veces, de reconocer que, lo que en otro tiempo descartamos o enviamos al “limbo”, ahora, podría formar parte de la solución. Hace tiempo que dejamos el punto de partida y, por supuesto, desconocemos lo que nos queda por recorrer. Las crisis, no son sino una parada técnica  para reabastecer nuestra caja de herramientas. Una introspección, que necesitamos para acabar de construir aquello que nos pusimos como objetivo al nacer: Conocer nuestra verdadera identidad.